Hablar de los niños de hoy en día puede sonar a cosa nostálgica, como cuando la gente muy mayor habla y recuerda como eran las cosas “en sus tiempos”. Puede dar la impresión de que se estuviese comparando con la infancia de los que hoy somos adultos. Parecería que poner la palabra “hoy” o “actualidad” al hacer referencia a la infancia fuese algo redundante, una obviedad; que es evidente que si hablamos de la infancia no será de la del siglo pasado, a menos que estemos haciendo un estudio histórico.
Y sin embargo es algo que hacemos los que tratamos con la infancia; es como un subrayado, una forma de poner énfasis, un recordatorio de que los parámetros en los que se mueve la infancia y las familias son novedosos y por lo tanto desconocidos en cierta forma. Podría decirse que es un modo de hacer notar las particularidades y las especificidades presentes en las características de la infancia y de los vínculos que se establecen.
Los niños son los primeros que se ven expuestos y moldeados por los cambios sociales y familiares de la época. Que estamos en una nueva época no es ninguna novedad porque hace años ya que la vivimos. Mientras intentamos definirla y comprenderla, ya han pasado tres generaciones de niños de 0 a 6 años que han nacido y crecido en ella, tomando el inicio del SXXI como punto de inflexión. Niños que se adaptan pero que también reaccionan, que incorporan unas cosas y que rechazan otras, que la disfrutan y también la sufren. Niños que viven con normalidad y naturalidad que entre sus compañeros hayan personas de distintas nacionalidades, etnias y credos religiosos; que tengan estructuras familiares diversas (homoparentalidad, separaciones y reagrupamientos familiares); que cambian de género. Claro que esto también puede sucederles a ellos mismos. Niños que han crecido rodeados y acompañados de dispositivos electrónicos y de acceso a internet.
Esto plantea retos a los adultos que tratan con niños y familias, tanto a los profesionales como a los propios padres. Genera dudas y preguntas, despierta incertezas, plantea necesarias adaptaciones en la interpretación y en las formas de intervención. Sin embargo con frecuencia los protocolos y las exigencias institucionales y de algunos profesionales determinan con certeza las exigencias a las que el niño ha de responder en cada edad y en cada momento vital. Desde estas tesituras, fenómenos y manifestaciones propios de la época y de un contexto psicosocial fácilmente pueden ser considerados como síntomas de trastornos mentales y tratados como tales.
Ciertamente podemos convenir en que muchas de estas manifestaciones y fenómenos son disruptivos, molestos e incordiantes, normalmente para los adultos y a veces también para otros niños. También podemos convenir en que habrá que prestarles atención e intentar comprender que es lo que está expresando, de qué está hablando. Muchas veces habla más de una falta de bienestar emocional en el niño, de la que no siempre es responsable, que no de trastornos mentales. Que lo que muestra el niño habla más de quienes le rodean que de sí mismo. Son llamados, formas de reclamar una atención que no siente, una necesidad que no es satisfecha, un intento de hacerse escuchar en su malestar o en su carencia.
Niños que tardan en adquirir el lenguaje, que no incorporan formas de comunicación socializadas, niños que no atienden, que no se concentran, que son hiperquinéticos, que no adquieren los hábitos de autonomía, que expresan sus afectos de forma disruptiva, que no colaboran con sus padres. Los equipamientos no tienen recursos suficientes ni el modelo de salud presta suficiente atención a la prevención y a programas de apoyo a las familias para poder dar una respuesta personalizada a cada caso.
En 2017 , en el 'Informe del Relator Especial (ONU) sobre el derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental' destaca en primer lugar que “la salud mental y el bienestar emocional son ámbitos de interés prioritario...” y también “…llamar la atención sobre la salud mental como prioridad en materia de desarrollo y derechos humanos en el contexto del desarrollo del niño en la primera infancia”. En el informe advertía a los Estados miembros de los obstáculos que imperan hoy en día para una adecuada atención de calidad en salud mental: el predominio del modelo biomédico, el poder de la psiquiatría biológica y las industrias farmacéuticas, instando hacia un cambio del modelo de atención a favor de los factores psicosociales que afectan a los procesos de salud.
Se puede decir más alto, pero no más claro.
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