Miguel Ángel Hernández reivindica el valor de la fotografía “post mortem” en su novela “Anoxia” (Anagrama)

Reseña del libro, con un gran peso de las imágenes

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Que un título invite a la interrogación es siempre positivo porque estimula curiosidad del posible lector. Quien tropiece con un ejemplar de “Anoxia” de Miguel Ángel Hernández (Anagrama) se preguntará seguramente el significado de este término, salvo que esté vinculado al litoral murciano, donde está muy presente a causa de la preocupante situación del Mar Menor. En efecto, según la RAE define “la falta casi total de oxígeno en la sangre o en tejidos corporales” que es lo que ocurre a la población piscícola de dicho acuífero. Una situación que conoce bien el autor habida cuenta su condición de profesor de Universidad de Murcia y que ha tenido muy presente a la hora de escribir su cuarta novela, la primera que reconoce es de “ficción-ficción”, es decir, que no tiene elementos autobiográficos.

 

Hernández comenta que hay tres maneras de escribir narrativa: hacer girar el texto en torno a una tema un personaje o un contexto paisajístico y ambiental. Y el cree que ha utilizado los tres a la hora de escribir “Anoxia”, en cuyas páginas recupera una tradición que estuvo muy arraigada en el siglo XIX, pero que ha acabado desapareciendo: la de fotografiar a los difuntos -que son los que han quedado en una anoxia total e irreversible-, con el fin de guardar mejor su memoria. “Al principio -indicó- me pareció un tema macabro, pero poco a poco me fui dando cuenta de todo lo contrario, de que en realidad era una forma de expresar el amor con el último recuerdo del ser querido, de tal modo que más que un reflejo de la muerte lo es de la vida”.

 

Hernández apunta que “esta forma de expresión del cariño ha ido extinguiéndose tanto por la desaparición de los estudios fotográficos, como por la diferente relación que ahora mismo entablamos con la muerte en esta etapa de la sociedad industrial capitalista. Sólo se mantiene en el caso de la mortalidad perinatal y acaso haya contribuido a recuperarla en alguna medida la reciente pandemia, cuando miles de personas hubieron de asumir la pérdida de un ser querido sin la posibilidad de verlo y despedirlo”.

 

En su novela, la protagonista es una viuda de 60 años que ha vivido a la sombra de su marido fotógrafo hasta que la pérdida de éste queda varada en el tiempo y no puede asumir el duelo, pero consigue reavivarse cuando empieza a hacer fotos de difuntos por encargo y comprende que en ellas hay algo que sobrevive de los seres que se ha amado. “En la necesidad empatizar con el dolor de los otros asume mejor el suyo”. Todo ello se desarrolla además en un pueblo medio vacío y en un invierno fantasmal que vive un desastre natural y es aquí donde “Anoxia” enlaza con la situación a la que hemos aludido al principio. 

 

Con todo ello Hernández, que recuerda la fuerza de los antiguos daguerrotipos, reivindica el valor de la imagen para transformar un mundo en trance desaparecer y del que la foto es la mejor forma de dejar constancia. En todo caso, reconoce que en esta última novela subyacen todos los temas que también estuvieron presentes en las anteriores, tales la memoria, la imagen, el cuerpo y el arte.

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