​Trastornos de opinión

Pilar Gómez
Psicóloga clínica y psicoanalista

Santiago mani feminista


Nos encontramos hoy en día con una restricción creciente del concepto de normalidad que conduce a la patologización de la vida cotidiana. Ambos fenómenos son un correlato, en lo subjetivo, de la criminalización también creciente con la que se responde desde las instancias de poder a los conflictos fruto del malestar social.


El texto en cursiva corresponde al primer párrafo de la presentación de este blog, en el tiempo transcurrido desde entonces el malestar social no ha dejado de aumentar y de expresarse en nuestras calles. Una manifestación de ese malestar - originado por múltiples razones- tuvo un momento álgido el ocho de marzo cuando llevó a miles de mujeres a la calle para reclamar derechos y libertades que entienden que se les deben, fueron miles también las que hicieron huelga, la convocatoria encontró una respuesta multitudinaria.


El consenso fue amplísimo, asombroso: la reina Letizia, Ada Colau o Ana Rosa Quintana no dudaron en sumarse a la huelga. Ellas -personajes bien distintos- son un botón de muestra de la diversidad de mujeres que tomaron la misma decisión. Periodistas -redacciones completas, becarias incluidas- docentes y estudiante - o habría que decir docentas y estudiantas?- fueron los colectivos más comprometidos según se lee en la prensa.


Otros colectivos - servicios, comercio, sanidad…- y otras mujeres no lo hicieron, cada cual por sus razones que hay que suponer particulares y diversas. Nada del otro mundo, por otra parte. Ya puede ser masiva una posición que, por mayoritaria que sea entre cualquier colectivo, siempre habrá otras, distintas maneras de entender la realidad, nunca faltarán reflexiones planteadas desde otros abordajes de los fenómenos. Este fenómeno es una cualidad de lo humano.


Tampoco han faltado aquí mujeres que no le veían la punta a la huelga en los términos en que estaba convocada y algunas así lo han manifestado. 


Hay que decir que están en su derecho de pensar lo que piensen y de expresarlo en público? Las que han corrido ese riesgo no han encontrado siempre una respuesta que debatiera sus argumentos y aunque ha habido reflexiones serias ante sus consideraciones también se han encontrado con improperios como respuesta y hasta siendo objeto de un diagnóstico: dicen lo que dicen porque sufren el síndrome de la abeja reina.


Este síndrome fue acuñado en 1973 por los psicólogos Staines, Tavris y Jayaratne en un artículo titulado The Queen Bee Syndrome y aunque no conste como trastorno en el DSM no hay duda de que guarda su entera potencia como proyectil clasificador.


Una de las ventajas de diagnosticar una opinión como si fuera un trastorno es que evita tener que plantearse los debates usando argumentos. 


Atribuirle a alguien el padecimiento de un síndrome de la abeja reina para explicar lo que piensa no es más que una manera de tratar de taparle la boca porque lo que dice resulta insufrible, tan alejado de la propia visión del mundo que simplemente no se ve.


Esto no es más que otra muestra de una creciente tendencia en la cultura dominante: decodificar fenómenos y situaciones perfectamente corrientes como si fueran patológicos. Hemos visto -en posts anteriores de todos los autores de este blog- los perjuicios que la creciente medicalización de su vida cotidiana causa a las personas. Aquí ya no se trata de patologizar situaciones de vida y comportamientos normales para vender fármacos, se trata aquí de calificar como trastornos ideas y opiniones distintas de las que promueve el discurso dominante en cada momento.


Las mujeres unidas por los comunes agravios han salido a la calle para hacerse oír, cada una con su propia versión del manifiesto en la cabeza, según atinada expresión de Elvira Lindo. Esto es posible porque mujer es un significante mayor que identifica - no totalmente, por supuesto- a cada una y hace del movimiento feminista uno muy amplio, con muchísimas versiones y facetas a veces contradictorios entre sí.


Los fenómenos nuevos requieren tiempo para ser comprendidos y, por otra parte, entender cualquier cosa demasiado rápidamente es la vía más segura para llevarnos hacia algún malentendido. En esta particular tesitura cabe que un fenómeno, hoy por hoy, inconmensurable sea “comprendido” cortamente desde un ángulo tan peregrino como la atribución de un síndrome de la abeja reina a las mujeres disidentes de la voz que más se oye. Quizá esto no sea más que una anécdota, pero una que denota el signo de los tiempos.




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