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Para escribir narrativa de ficción hay que poseer un mínimo conocimiento del tema del que se trata y lo cierto es que Jorge Dezcallar tiene información y experiencia acreditadas para firmar un thriller como el titulado “Espía accidental” (La Esfera de los Libros) En efecto, el autor es diplomático profesional y con independencia de los destinos propios de su carrera como embajador de España en diversos países y alto funcionario en el Ministerio de Asuntos Exteriores, ejerció también durante un tiempo director del Centro Nacional de Inteligencia, por cierto el primer civil en ocupar este último cargo.
Con tales mimbres ha pergeñado una novela que se desarrolla en la asendereada Siria donde un agente del CNI español nacido en dicho país se ve inmerso en una loca aventura en la que tiene que ejercer nada menos que como responsable de un puticlub fronterizo destinado a espiar los movimientos de una base militar iraní situada en el feudo de la familia Asad y lo hace en beneficio de los intereses del Mossad israelí ¿Un “salón Kitty” a cargo de un agente español, pero al servicio de Israel? Pues así es, pero no vamos a decir nada más porque no se trata de desvelar el hilo argumental que irá descubriendo el lector yendo de sorpresa en sorpresa.
Lo que interesa resaltar es que, tras la ficción literaria, bien enhebrada, con ritmo de endiablada aventura y momentos de gran tensión narrativa, así como con las indispensables dosis de trama amorosa, Dezcallar invita a reflexionar sobre la trastienda que existe más allá de la fachada tanto en las relaciones internacionales, como en los contactos entre los servicios de inteligencia de los diferentes países, lo que produce extrañas situaciones porque en no pocas ocasiones se producen colaboraciones y sinergias impensadas. Y así puede ocurrir que los servicios secretos de A ayuden a B, contra C y D, aunque a A no le interese que estos dos últimos se enteren de ello porque a lo mejor resulta que son amigos suyos. Tales enredos dan lugar a colaboraciones, compromisos, pactos, incluso deudas de sangre, haciendo bueno, una vez más, aquello de “hoy por ti, mañana por mí”.
A mayor abundamiento, la lectura de “Espía accidental” ayuda a comprender mejor, incluso a desentrañar, la extraña situación existente en aquella región geográfica en donde las fronteras se han convertido en permeables, la soberanía política de los estados en algo bastante próximo a la ficción y las alianzas en una elección no entre lo bueno y lo malo, sino entre esto y lo peor. La intrusión en aquel complicado puzle heredado de la colonización franco-británica de los fundamentalismos islamistas, a cuál más radical y enfrentados a su vez entre sí, no ha hecho más que complicar una situación que ha llegado al punto de forzar a emigrar al más antiguo de los colectivos humanos de la región, el cristiano -“nosotros ya estábamos aquí mucho antes de que llegara Mahoma” dicen no sin razón- que significaba una tercera parte del total. Y con otro fundamentalismo si no tan peligroso, sí tan perturbador como los anteriores, el sionista, incapaz de aceptar que la mejor garantía de la supervivencia de Israel radica precisamente en su entendimiento con sus vecinos palestinos.
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