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Quiso vincularme el azar, salvadas sean las distancias, con Don Félix Lope de Vega y Carpio. Fue en mi juventud cuando, siendo alumno del curso entonces llamado preuniversitario, me correspondió en suerte estudiar como tema monográfico de literatura a Lope de Viga y su comedia “El villano en su rincón”. Otro azar distinto que le vinculó también con Lope de Viga fue el que vivió Lluís Homar, director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico cuando, recién posesionado de su cargo, se encontró en la calle Almirante de Madrid con Juan Mayorga quien le habló de “Lo fingido verdadero”, aconsejándole enfáticamente que leyera y estudiara esa obra. Lo hizo, y fue tal el entusiasmo que despertó que decidió dirigir su montaje. Llega ahora a Barcelona, concretamente al Romea, cuyo director, Josep María Pou, invitó a Homar a que convirtiese ese teatro en “la casa” en la ciudad condal de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Coincidente en el tiempo con el “Arte nuevo de hacer comedias”, en “Lo fingido verdadero se aprecia, según Homar, el deseo de Lope de pasar de un teatro cortesano a otro popular, al punto de que no sólo supone “la puesta en práctica del «arte nuevo», sino posiblemente la mejor obra de Lope”. Antes de ponerla en escena, el actor y director se documentó a fondo. “Leí varias biografías del autor para profundizar en la esencia de su personalidad y en la forma en que ésta se reflejaba implícita o explícitamente en su obra”. Añadió que en los tres actos de “Lo fingido verdadero” hay en realidad otras tantas obras de género y contextura dramática diferentes que, en todo caso, y pese a su aparentes despropósitos, nos llevan a preguntarnos dónde está la verdad.
Este montaje ha adquirido, además, ciertos rasgos peculiares. Por de pronto, Homar no ha “retocado” -como suele ser tan habitual hoy en día- el texto clásico con el recurso de suprimir personajes secundarios a fin de ahorrar gastos. Los ha conservado todos, si bien encargando a algunos intérpretes doblar o triplicar sus papeles. Y con una novedad añadida: haciendo que alguno de los personajes musculinos fuesen encarnados por actrices, lo que nos parece un guiño a la inversa al teatro del siglo de oro, cuando eran hombres los que representaban ciertos papeles femeninos. También ha prescindido de escenografía magnificente y ha optado por otra muy sencilla, más bien sugerente. Y por lo que respecta al desarrollo del trabajo creativo, obligó a los componentes de la compañía a iniciar los ensayos con todos sus papeles aprendidos, El resultado resultó espectacular.
Arturo Querejeta, el emperador Diocleciano de “Lo fingido verdadero”, que acompañó a Lluís Homar en la presentación, recordó el poder transformador del teatro y del amor, mientras que el director de la obra, actor a su vez por encima de todo, no dudó en culminar su intervención diciendo: “creo en el teatro de la palabra”. En este caso, la del Fénix de los Ingenios, que regresa con todo esplendor a Barcelona.
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