La compañía belga 'Peeping Tom' en el TNC

Estreno en Barcelona del último espectáculo de esta compañía belga que juega con el absurdo
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Hay un teatro convencional, que es el que habitualmente ofrecen nuestros escenarios, y otro que resulta difícil de calificar, aunque el común denominador de sus propuestas sea la ruptura o puesta en tela de juicio de cualquier estructura y forma dramática acorde con los cánones establecidos. Este segundo tipo de teatro es el que practica “Peeping Tom” desde su fundación en 2000 por la argentina Gabriela Carrizo y el francés Franck Chartier, ambos coreógrafos, condición que caracteriza ciertamente su obra creativa puesto que en cada una de sus producciones y junto al texto propiamente dicho, hablado o cantado, adquiere superlativa importancia el juego de los cuerpos, es decir la danza, así como la ópera y el performance. De su algo más de una docena de producciones la última de todas es “S 62° 58’, W 60° 39’” estrenada el pasado año en Lyon y que llega ahora al Teatro Nacional de Cataluña.

La inmovilización de un barco en los hielos árticos o antárticos -el lugar es irrelevante- obliga a los tripulantes a permanecer en forzado aislamiento y tratar de subsistir en tan adversas circunstancias. Hasta aquí el planteamiento responde a los esquemas tradicionales. Pero el carácter de “Peeping Tom” hace que dicha situación sea únicamente el punto de partida de un espectáculo complejo, laberíntico, contradictorio, sorprendente, en muchas ocasiones desconcertante y en ciertos momentos de indudable belleza. Se nos dice que lo que se pretende es explorar las relaciones humanas, las manipulaciones diarias y las mentes intergeneracionales y, a la vez, profundizar en el arte, lo que induce a desenvolverse en el escenario como intérprete y a hacer visible como falso lo que acaso es real”. De este modo, a medida que se desarrolla la acción dramática se plantea un discurso en varios niveles superpuestos que van desde lo que se supone que expresan los personajes a lo que piensan o barruntan. 

Ello no obstante, lo más impresionante es la escenografía y la ambientación, que resultan sumamente imaginativas y permiten quiebros sucesivos en los que los diferentes actores se desenvuelven de forma a veces aparentemente racional y otras un tanto sincopada. Lo más espectacular es, sin duda, el uso de las luces, del sonido y de algunos efectos especiales -incluida alguna nota de ilusionismo- que subrayan y enmarcan el trabajo actoral. El monólogo final, con las piruetas del actor desnudo sobre el escenario o circulando por el patio de butacas, en un ejercicio de contorsionismo muy meritorio, resulta particularmente llamativo.

Esta creación induce a un “viaje manipulador de proporciones apocalípticas”, tal como lo han definido a “S 62° 58’, W 60° 39’” sus creadores -es una obra colectiva de Chartier con los intérpretes- pero, según anuncia un aviso situado a la entrada del teatro “puede herir la sensibilidad del espectador”. Visto lo visto, más bien da la sensación de que invita en reiteradas ocasiones a la hilaridad.

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