“El silenci dels telers” recupera la historia de las colonias textiles catalanas (Sala Fénix)
Reseña del estreno de la obra dirigida por Ferran Utzet
En ciertas comarcas de Catalunya, como es el caso de la del Berguedà, es posible contemplar, con frecuencia desde las mismas carreteras, la existencia de poblados abandonados que dieron vida a las colonias textiles, uno de los pilares de la actividad económica regional durante más de un siglo. Construidos en torno a una industria textil, eran verdaderos núcleos de población autosuficientes, dotados de viviendas, escuela, iglesia, bar, incluso teatro, y en ellos residían los trabajadores de uno y otro sexo -porque la mayoría de ellos eran mujeres- con sus familias, que desarrollaban en ese contexto no solo su actividad laboral, sino su vida entera. Allí se conocían las parejas, se casaban, tenían hijos y creaban vínculos de amistad o solidaridad. Un mundo con cierta tendencia a la endogamia, aunque enriquecido por la llegada sucesiva de inmigrantes procedentes de otros puntos de España, pero que entró en crisis en la postrimerías del siglo pasado y del que solo quedan las piedras como testimonio.
María Casellas ha tenido la idea de recuperar el recuerdo de aquellos centros de trabajo y de convivencia que alfombraron la geografía rural catalana próxima a algunos de los ríos principales -la industria textil necesitaba mucha agua- y lo ha convertido en realidad en “El silenci dels telers”, un texto teatral de cuya dramaturgia ha cuidado Anna María Ricart y que, con la propia autora y Andrea Portella como intérpretes, y bajo la dirección de Ferràn Utzet, la Sala Fénix ha incluido en su ciclo destinado a la “memoria histórica”.
Casellas ha trazado un paralelismo entre la historia general del país durante la centuria en que tuvieron vida este tipo de colonias fabriles, con la particular de dos trabajadoras y amigas, Carme y Pilar, que describen su peripecia personal aportando su propia visión. Porque si para una de ellas la colonia aportaba no solo trabajo fijo, retribución segura y beneficios colaterales, para la otra todo ello no era sino una forma con la que “amo” justificaba la explotación económica de su masa laboral. Todo lo cual está, sin embargo, relatado de forma distendida y amable, en momentos divertida, casi nunca triste, y en absoluto sectaria, por lo que resulta un espectáculo agradable que invita a recuperar unas formas de vida casi olvidadas.
Ambientar en un espacio escénico minúsculo como el de la Sala Fènix lo que pudo ser una colonia textil es un empeño complicado, por no decir imposible, pero que Martí Doy ha resuelto de forma imaginativa y eficaz, recreando cómo pudo ser un poblado de este tipo mediante maquetas que representan las diferentes edificaciones existentes en cualquiera de ellos. Maquetas que pueden ser colocadas o removidas por las dos actrices con toda naturalidad y a conveniencia de la acción dramática.
“El silenci del telers” consigue además reivindicar una visión de la memoria histórica más ambiciosa y omnicomprensiva y que supera la mera y unívoca perspectiva política con que a veces se trata de monopolizarla.
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