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La función que se puede ver en el Teatro Gaudí es un relato en clave de humor de la contribución de los exploradores extremeños al descubrimiento del nuevo mundo.
Hay temas peligrosos que invitan o bien al elogio desmesurado, a bien al denuesto y sobre los que no es fácil tratar con desapasionamiento. Uno de ellos es sin duda el descubrimiento y conquista de América. ¿Gran epopeya que cambió la historia de la Humanidad o tragedia que introdujo enfermedades, sometimiento y expolio? ¿Genocidio de poblaciones indígenas o fecundo mestizaje? ¿Punto de partida de una labor evangelizadora y de irradiación cultural o de destrucción de las culturas autóctonas? ¿Saqueo de las riquezas americanas o intercambio de bienes desconocidos a uno y otro lado del océano? Hay opiniones para todos los gustos y como suele ocurrir, la verdad se encuentra en el justo término que sólo es accesible cuando se valoran con frialdad beneficios y perjuicios. Lo más curioso es que con harta frecuencia las críticas más despiadadas suelen ser emitidas no por los herederos de las poblaciones locales, que en la América española sobrevivieron, sino precisamente… por los tataranietos de aquellos criticados conquistadores.
Pues bien, “Conquistadores” es el título de un espectáculo teatral escrito por J.P. Cañamero que Pedro Luis López Bellot ha dotado de dramaturgia y cuya puesta en escena ha dirigido asimismo. Se trata de una obra con tres únicos personajes, una mujer y dos hombres (Chema Pizarro, Nuqui Fernández i Francis J. Quirós)
que van sucesivamente cambiando de identidad y pasan de ser Colón y los Reyes Católicos para transformarse en Hernán Cortes, Vasco Núñez de Balboa, Pizarro y muchos otros. Cuentan con una parva escenografía, formada por una bañera ¡sí, una bañera con ruedas! y unos palos que convierten en remos o espadas y con tan austeros elementos desarrollan una acción dramática que trata de explicar aquella epopeya histórica huyendo de tópicos y utilizando la mejor arma, que es la del humor y la ironía. El texto es sumamente divertido, la interpretación, tiene un ritmo trepidante y el espectador no sale de su asombro cuando comprueba como con tan sencillos elementos es posible montar una obra de teatro de algo más de una hora que resulta entretenida y que, precisamente por moverse con distanciamiento y de forma aséptica en una historia conflictiva, no es capaz de ofender a nadie.
Lo que no pudimos entender es cómo una comedia tan entretenida haya sido programada en el Teatro Gaudí para permanecer en cartel tan sólo cuatro días.
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