“El misantrop”: Molière con rock y poliamor

David Selvas ha recreado una obra clásica del autor francés trasladándola al presente y transformándola en un musical (Lliure de Montjuic)

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Teatro.Lliure.El misàntrop

 

Una de las pautas propias del teatro francés del siglo XVIII fue el seguimiento del respeto a las tres unidades dramáticas -de acción, tiempo y lugar- que permitía desarrollar argumentalmente un texto sobre un mismo escenario y en un lapso que no era superior a las 24 horas, lo que dio lugar a todo un género escénico con características propias con seguidores en España. Si por estos pagos podemos citar a Moratín, cuando nos referimos al país vecino hemos de recordar sin duda a Molière, su principal cultivador, que utilizó esta fórmula con sabiduría y excelente resultado habida cuenta de su longevidad. Sergi Pompermayer tomó entre sus manos una de sus obras más emblemáticas, “El misantrop” y, debidamente traducida al catalán y resituada en tiempo y espacio, la transformó copernicanamente haciendo de lo que era una comedia típica de la época de la Ilustración un musical rock con personajes y en situaciones contemporáneas.

Según explica, “la honestidad y la hipocresía, la ética personal y la vida en sociedad, la razón y la pasión, los límites de la bondad y la lealtad son algunos de los temas de una comedia brillante que, hoy en día, es tan vigente como cuando fue escrita. Ahora que las redes sociales lo han cambiado todo, retomamos la historia de Molière ambientada en la actualidad, en una empresa discográfica. El protagonista se dirige al público y expresa su desprecio por la humanidad en un lenguaje de hoy al cien por cien. Mansplaining, ghosting, teléfonos móviles, música en directo, cantos, bailes... todo vale para intentar encontrar algún equilibrio en esta nueva hoguera de las vanidades. Todo ha cambiado, pero todo sigue igual, ya lo dijo Molière hace más de trescientos años”. Hay en esta dramaturgia una intención bastante evidente de desdramatizar, bien ironizando sobre las filias y las fobias de los personajes -la obsesión, tan propia del teatro clásico, por los “cuernos”, hoy bastante desdramatizada-, bien insertando licencias que al autor francés le hubieran dejado traspuesto, como la referencia al poliamor.

El espectador que acuda al Lliure de Montjuic se percatará que el montaje del decorado esté retranqueado sobre la línea imaginaria que separa el escenario del patio de butacas. No es un capricho de Alejandro Andújar, sino seguramente una indicación expresa del director, David Selvas, quien ha tratado de establecer tres planos de situación: el que tiene lugar en el montaje escenográfico propiamente dicho -donde están debidamente situados los instrumentos que permiten ejecutar los número musicales en directo-, el espacio libre situado por delante y el propio patio de butacas, puesto que algunos de los intérpretes ejecutan su papel entre el público. Una cierta contravención de la idea de unidad de espacio pero que resulta convincente.

La transformación de los personajes de Molière en otros contemporáneos los hace sin duda más cercanos al público actual y a ello responden Mireia Aixalà en el papel de Célimène y Pol López en el de Alceste, que los roles protagonistas, aunque el desarrollo de Selvas es muy coral, lo que resalta la actuación de Laia Alsina (Arsinoé), Júlia Genís (Éliante), Norbert Martínez (Philinte), David Menéndez (Clitandre), Alex Pereira (Oronte) y Albert Prat (Acaste) Todos ellos cumplen su cometido con idoneidad, intercalando texto y canciones e imprimiendo un ritmo que hace posible que lo que Molière escribió en cinco actos se dirima en uno solo de noventa minutos; lo que no supone que el montaje sea menos complejo ya que a los ocho actores se unen todos los que actúan entre bambalinas y suman en total más de una veintena de profesionales.

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