“No me callo”: la periodista Karmele Marchante se confiesa
Reseña del libro de la popular periodista del corazón
“Cállate Karmele” fue una frase que se convirtió en viral por la reiteración con que se la espetaba Jesús Mariñas a su compañera de oficio Karmele Marchante en el transcurso de aquel programa emblemático de la televisión basura que fue “Tómbola”. Lo recuerda la interfecta en “No me callo. Mis memorias” (B/ Penguin Randmon House), un repaso apresurado, pero parece que bastante desinhibido, de su vida profesional, política e íntima.
En efecto, la periodista revela las diferentes vertientes de una personalidad anfractuosa en la que han influido circunstancias derivadas de su contexto familiar, los años de formación en Pamplona y en el extranjero, el desenvolvimiento de una actividad informativa con extraordinaria proyección pública y el fracaso en la busca de la estabilidad emocional y sentimental.
”Mi vida era un continuo tiovivo de sensaciones frenéticas y también una esquizofrenia vital estimulante” dice la autora, que tuvo el privilegio de atravesar aquella época en la que “el periodismo pasó de seres gacetiller@s que vivían casi de prestado en cenáculos roñosos de poetas maldit@s a todopoderos@os gurús capaces de hundir o encumbrar a quien más metía en el sobre o abrevaba suculentos biberones”; un tiempo en el que “pasamos de cotillear sobre folklóricas, amantes de políticos del régimen y un puñado de señoras finas y beatas a besar por la peana a las nuevas reinas generadas por la flamante cultura de la riqueza recién adquirida que, cuanto más obscena, con mayor celeridad subían en la escala social”.
En el desarrollo de este quehacer, Karmele conoció a gentes famosas -de Bibis Samaranch a Daniel Cohn Bendit, pasando por el narco Pablo Escobar-, trabajó en diversos medios escritos y audiovisuales en el ejercicio de una actividad que tuvo momentos de esplendor, pero también otros tensos o desagradables (como los habidos con Al Bano, Pocholo, Rociíto, el conde Lequio, Jaime Ostos o Carmen Sevilla) y en la que no faltaron zancadillas y sinsabores profesionales, lo que le permite ajustar cuentas con algunos compañeros como Mariñas (“polilla desagradable”) o María Eugenia Yagüe (“colega loca de celos y resentimiento”) que, por cierto, la enemistó con una de sus grandes amigas, Tita Cervera, sobre la que no deja de lanzar algunos dardos envenenados como el de recordar la tartamudez de su hijo o las relaciones con su profesor de yoga “al que la rumorología apuntaba que hacía algo más que la postura del árbol o la del guerrero”.
Aspecto interesante de Marchante es su militancia ideológica, fundamentalmente la de carácter feminista, que le llevó a participar en las actividades de Lidia Falcón y promover luego el Club de las 25 y a mantener una firme actitud anti machista (en la que se llevó alguna sorpresa, como cuando le denegaron el ingreso en una logia masónica por ser mujer), aunque también se caracterizó por su adhesión al separatismo catalán. Aspecto este último que bien puede ser resultado de la conflictiva relación mantenida con su “singular papaíto”, militar profesional, al que acusa de haberle amenazado con una pistola, estar implicado en el 23-F y califica de “hombre gris”.
Y, en fin, no elude dar detalles de una vida personal en la que hubo sexo, drogas y poliamor y en la que, además de otras relaciones más efímeras, reconoce tres parejas estables: su primer marido, un islandés de “metro ochenta y cinco de bondad, ternura, simpatía, alegría y curiosidad… (que) traspasaba la frontera de una belleza estéticamente perfecta”, pero del que le alejó la posterior conversión de éste a la fe bahaí. Fue, con todo, quizá la más gratificante de las tres relaciones estables que confiesa porque en las otras dos cayó en las manos de sendos desalmados: el “judío errante”, que resultó ser bígamo y Diego, presunto ingeniero que le robó y arruinó. Quizá hizo erró en menospreciar la petición de matrimonio que le formuló cierto jeque kuwaití… aunque solo fuera para seis meses…
He aquí sólo algunos apuntes de las muchas cosas que cuenta Karmele Marchante sobre una vida llena de momentos inolvidables, pero que, sin embargo, le ha llevado acaso a vivir en una nube algo alejada del resto de los mortales, como cabe colegir cuando, al desgaire, confiesa en un momento determinado que ”Nunca desde que llegué a Madrid había pisado el metro”.
Escribe tu comentario