"Los políticos tenemos que vivir como vive la mayoría y no como vive la minoría"
El expresidente Mujica dejó un legado de humildad, honestidad y compromiso social que marcó una forma distinta de hacer política en América Latina
Decía el polifacético escritor británico John Ruskin: “Creo que la primera prueba de un hombre verdaderamente grande es su humildad”. Así se podría definir, entre otras muchas cosas, a Pepe Mujica, expresidente de Uruguay, que fallecía este lunes después de una cruel enfermedad que él había anunciado hacía unos meses y que tenía asumido que se había extendido y no tenía solución. No quiso más tratamientos, sino dejarse llevar hasta la hora de su partida, en su humilde casa, lugar de peregrinación de tantas y tantas personalidades y gente anónima que lo visitaban para hablar con él, un humanista que se hizo, asimismo, tras una juventud muy intensa y movida.
José (Pepe) Mujica, como le gustaba que le llamaran, fue presidente de Uruguay del 2010 al 2015. Desde sus primeros meses, marcó cuáles iban a ser los objetivos de su gobierno: resolver problemas que afectan a las personas. Ello le valió que le llamaran “el presidente más pobre del mundo”, por su sencillez: no cambió de casa (humilde) y donaba gran parte de su salario. Decía que podía vivir con menos dinero, que no necesitaba más. Pese a su estatus, continuó utilizando su viejo Volkswagen, el famoso “escarabajo” celeste comprado en 1987, que todo el mundo conocía y que se convirtió en todo un símbolo político, como su persona.
Mujica ha sido un claro ejemplo de evolución, transformación personal y política. En los años 60 participó en la fundación del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), considerada una guerrilla urbana de izquierdas que buscó tomar el poder por las armas. En esos años fue capturado cuatro veces y pasó un total de 14 años en prisión. Las condiciones en las que estuvo no fueron las mejores: una celda de muy pocos metros, sufriendo torturas diarias, siendo trasladado de un lugar a otro. Se pasó la mitad de la condena sin un solo libro ni ninguna fuente de información: solo en la celda, sin visitas. Mujica contó en varias entrevistas que, debido a la soledad y para no perder la cabeza, adoptó la misantropía: “hablar consigo mismo ”.
En 1985, con la llegada de la democracia en su país, fue liberado. Ese día, según explicaba, fue el más feliz de su vida. Sin duda, la presidencia de Pepe Mujica ha sido de las que no se olvidan, dejando huella, y sobre todo ha demostrado que gobernar con pragmatismo (más que ideología) es posible. Impulsó reformas legales y sociales: despenalización del aborto, reconocimiento del matrimonio entre parejas del mismo sexo y la legalización de la marihuana, porque según él era la manera de luchar contra los trapicheos de los narcotraficantes. ¿Qué le diferencia de otros líderes políticos de Latinoamérica? Entre otras cosas, que nunca fue acusado de corrupción durante su mandato.
Pepe Mujica solía decir que era un viejo “medio loco, porque filosóficamente soy estoico, por mi manera de vivir y los valores que defiendo. Y eso no encaja en el mundo de hoy”. Era un filósofo que repetía muchas veces que la política ha prescindido de la filosofía, y eso no era bueno. Su liderazgo estuvo marcado por un enfoque en los derechos humanos, la justicia social y la sostenibilidad. Mujica decía algo que deberían aprender muchos políticos, incluso algunos que se dicen muy de izquierdas y que hablan maravillas de él, pero que no aplican su filosofía: “La política no es un pasatiempo, no es una profesión para vivir de ella, es una pasión con el sueño de intentar construir un futuro social mejor; a los que les gusta la plata, bien lejos de la política". No eran palabras de cara a la galería, sino que practicaba lo que decía. El ejemplo es la mejor muertra para convencer a la gente de lo que se predica. Para él, “triunfar en la vida no es ganar. Triunfar en la vida es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae”.
En sus últimos días como senador —cargo que dejó cuando la pandemia de la COVID—, con esa lucidez y sabiduría que le eran propias, advirtió sobre el odio, que no era nada bueno, y se abrazó con el expresidente Julio María Sanguinetti, quien fuera en su día su rival político.
El presidente pobre en dinero y rico en ética, sabiduría y honestidad se ha ido a ese viaje sin retorno, pero su legado quedará para siempre. Ha demostrado que hay otra manera de hacer política, que a ella no se llega para hacer dinero fácil, sino para servir a la ciudadanía y dar respuesta a los problemas, sin pensar que son la gente la que deben estar a su servicio y que no es necesario dar explicaciones porque ellos son la democracia. El respeto no se impone, se gana.
El presidente pobre tenía clara la función de “los servidores públicos”: "Los políticos tenemos que vivir como vive la mayoría y no como vive la minoría".
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