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Lançon ha presentado 'El colgajo' ('L’esqueix de carn'), unas memorias contempladas desde la distancia de aquel suceso y de las consecuencias que hubo de soportar.
"Seguramente fue en ese movimiento gradual hacia el suelo cuando recibí, al menos tres veces, el impacto de unas balas perdidas o disparadas directamente a corta distancia. Me creí ileso. No, ileso no. La idea de herida aún no se había abierto paso hasta mí. Estaba en el suelo, boca abajo, los ojos todavía abiertos, cuando oí el ruido de las balas salir por completo de la inocentada, de la infancia, del dibujo y acercarse al arcón o al sueño en el que me encontraba. No hubo ráfagas. El que se movía hacia el fondo de la sala y hacia mí disparaba una bala y decía: «¡Allahu Akbar!»".
Con estas palabras el periodista Philippe Lançon evoca su recuerdo de la pesadilla que vivió el 7 de enero de 2015 cuando, al salir de su casa y en lugar de ir a la redacción del periódico Liberation, optó por hacerlo a la sede de la revista Charlie Hebdo, un semanario de humor de ideología izquierdista y fuertemente crítico con las religiones institucionalizadas, que había publicado varias caricaturas del profeta Mahoma.
Dos jóvenes musulmanes, los hermanos Saïd y Chérif Kouachi, decidieron tomarse la justicia por su mano y vengar tales ofensas. Se presentaron en la redacción de la publicación satírica y dispararon a bocajarro, provocando tanto con este acto como en su posterior persecución la muerte de un total doce personas y heridas en otras once. Entre estas última se encontraba Lançon, que, seriamente afectado en su mandíbula, vivió a partir de ese momento un calvario de once meses en el transcurso de los cuales se sometió a diversas operaciones. Una vez superadas las principales consecuencias de todo ello, se dispuso a relatar su experiencia y el resultado es 'El colgajo' (Anagrama; en catalán 'L’Esqueix de carn', Angle).
Lançon ha venido a Barcelona para presentar este texto y lo ha hecho en fluido castellano, lengua que, según dijo distendidamente el editor Jorge Herralde, buen amigo suyo desde hace años, "aprendió gracias a sus muchas novias españolas". Recordó que los protagonistas de la masacre fueron "dos hijos de la República", es decir, dos ciudadanos franceses de origen árabe y dijo que no había querido escribir una obra patética, tampoco política, ni sociológica y ni siquiera una herramienta para contribuir a la terapia de la situación vivida y de sus consecuencias. "Me costó empezar el libro porque tenía la primera frase, pero no la segunda, hasta que me di cuenta que debía redactarlo no como la víctima que fui, sino simplemente como el escritor que siempre he sido. A partir de entonces todo fue sobre ruedas y lo acabé en medio año. Recuerdo que la revisión del último capítulo la hice en la habitación del hospital antes de ser conducido al quirófano para una nueva operación". ¿Estamos, pues, ante una obra memorialística? "Un buen libro -aclara- es el que encuentra la fórmula para contar una historia y que no está pendiente de a qué género pertenece y si está relatando ficción o realidad. La imaginación está en la manera de escribir".
Confiesa que "me concentré en aceptar un tratamiento quirúrgico bestial y en adiestrarme para soportar el dolor, empezando una nueva vida. No hubo por tanto espacio para el odio, ni para el rencor, porque toda mi vida he sido pacífico y poco radical. Además, soy incapaz de comprender que el odio pueda ser útil ni siquiera para la creación literaria".
Lançon reivindica la función del humor, que es algo tanto o más importante cuando más cerca estás de la muerte y lamenta la imposición de la llamada “corrección política” porque constituye un arma letal para aquel. "Si se ponen límites al humor con una u otra excusa, al final no podremos reírnos de nada; la burla no es un discurso, sino una caricatura de la vida que ayuda al ser humano a reírse de sus propias desgracias".
Y recuerda que el primer objeto de sátira de Charlie Hebdo fue la Iglesia Católica y que la revista no tuvo la obsesión por el islam que luego se le ha querido atribuir. "No publicamos más de media docena de caricaturas en diez años, aunque ciertamente siempre fue una publicación anticlerical". Además, añadió, los protagonistas no éramos los redactores, sino los dibujantes, que ni siquiera eran periodistas, sino artistas gráficos.
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