Khayyam, vino y noche oscura

Miquel Escudero

Omar Khayyam 2


Hoy podríamos tratar acerca de un sorprendente personaje del siglo XI. Era persa, un curioso matemático que hacía poemas. Tenía como libros de cabecera 'Los elementos, de Euclides, y Las cónicas, de Apolonio'.


Escribió unos peculiares poemas llamados ‘rubayat’, que fueron redescubiertos para Oriente -y descubiertos para Occidente- por un británico que los tradujo de forma libre, y que fue contemporáneo de Darwin: FitzGerald. 


Un primer apunte: Nadie puede pretender ser autosuficiente, en primer lugar porque no es posible. En esos versos, el musulmán Omar Khayyam declaraba buscar un corazón gozoso y decía que su religión era “ser libre de incredulidad y de fe”; un rotundo heterodoxo, pues. 


Decía que gracias a Dios, el germen de los desastres no es necesario buscarlo en los otros; algo sin duda muy interesante de oír, por verdadero que sea.


Los ‘rubayat’ están teñidos por el vino: “más que cien corazones y religiones vale una copa de vino,/ un trago es más que el país de la China”. Gran satisfacción en clase, risotadas y algazara en mi sueño.

Una cosa es entender que el ‘entristecerse en vano’ no da frutos y otra cosa es el ‘comamos y bebamos, que mañana moriremos’:


“Bebe vino, que la vida corre y la muerte va detrás, y es mejor que transcurra en el sueño o la ebriedad”; pero el problema es atontarse, nunca una solución. Demasiado actual. El tiempo es huidizo y efímero, por esto hay que gozar el hoy: 


“¿Y los atabales, y el repiqueteo de los cascabeles/ de tanto caballo, ¿dónde están?”, una pregunta con melancolía. “Sé alegre, no te aflija lo que existe ni lo que no existe”, “piensa que de cuanto existe nada hay en el universo. Piensa que cuanto no hay existe en el universo”, una respuesta con renuncia a la certeza. Pedía Khayyam no perder el hilo del intelecto, pero los juiciosos están perplejos.


Veamos otros dos ‘rubayat’: “De la ciencia jamás mi corazón quedó apartado./ Los misterios que no se descifraban eran pocos./ Día y noche en el empeño, llevo setenta y dos años/ y me ha quedado claro que nada queda claro”. Y: “los que poseían la ciencia y la sabiduría,/ suma de perfección, vela encendida de sus compañeros,/ no pudieron hallar la salida de esta noche oscura,/ contaron fábulas y se durmieron”. Una luz de libertad que permite reflexionar.


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