​La emoción corrosiva del odio

Miquel Escudero

Mascara teatro griego ira

Máscara de terracota de un líder esclavo, hacia el 250 aC


Si la sinrazón no dispusiera de un ejército de emociones corrosivas, perdería su eficacia. Por esto hay que combatirlas de raíz. Pensemos ahora en el odio. Catedrático de Piscobiología y director del Instituto de Neurociencia de la UAB, Ignacio Morgado acaba de publicar 'Emociones corrosivas' (Ariel) donde aborda cómo afrontarlas.


Se suele odiar en política a lo que representa una persona, más que a ella misma, bien desconocida por lo general.

“El mejor modo de aliviar nuestros malos sentimientos es humanizar al rival”. 


En el prejuicio hay una semilla para el odio, éste se exacerba en tres componentes, señala el profesor Morgado:


1) negación de intimidad (evitando su proximidad, aunque sea persiguiéndolo)


2) pasión (miedo y rabia, a veces como respuesta a la amenaza sentida)


3) compromiso de desprecio y desconsideración


El odio nunca es bueno para nadie, pero una vez que unos líderes lo han promovido ya no lo pueden controlar. Dejar de odiar se hace muy difícil. Con frecuencia vemos a nuestro alrededor cómo se cultivan los odios estallantes. Esto es intolerable porque siega la convivencia y es muy peligroso para la integridad física y moral de los ciudadanos; valores fundamentales.


Morgado refiere una matanza de no hace aún 25 años. En Kigali, capital de Ruanda, el locutor Kantano Habimana peroraba: “

¡Las tumbas no están todavía suficientemente llenas! ¿Quién va a ayudarnos a completarlas? ¡Cien mil hombres jóvenes deben ser reclutados enseguida listos para exterminar a los tutsis después de comprobar su altura y apariencia física! ¡Sólo mirad a su pequeña nariz y os los cargáis!”.

Por su parte, el cantante Simon Bikindi atizaba el odio hacia los hutus ‘moderados’, a quienes describía como seres imbéciles que ya no eran hutus. El 29 de abril de 1994, esa emisora fijaba el día 5 de mayo como el de la eliminación de los tutsis, haciendo creer a los más ignorantes que la dominación de los tutsis había sido la causa de sus desdichas. Los hutus razonables eran considerados cómplices de ‘las cucarachas’. 


El genocidio dio comienzo, “el odio triunfó y la sangre corrió tras los golpes de machete”.


Es indudable que hay que luchar por la concordia de un modo incansable. Y que el civismo y la responsabilidad son exigencias inaplazables.

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