Desobstruyendo el código separatista
Los ciudadanos no deberían nunca ser inquietados por pensar de forma distinta (incluso radicalmente distinta) de los poderosos que mueven los hilos
La consigna ‘Catalunya, un sol poble’ invita a la unidad y, por tanto, resulta plausible. Ahora bien, ¿es lo mismo esto que entiendo que lo que se pretende expresar? Depende, por supuesto, de si se está en la misma onda que el emisor. En mi caso, mi voluntad de unidad no implica unanimidad, sino que asegura convivir con quienes opinan de forma diferente. Convivir es más que coexistir, y supone respeto personal; por de pronto a la realidad. Desde este escorzo, no cuesta asumir que los catalanes tenemos dos lenguas comunes y propias: la catalana y la española.
El lema ‘Catalunya, un sol poble i una sola llengua’ es lanzado con la determinación de acosar y apabullar a quienes, discrepando del dogma nacionalista, practiquen el bilingüismo y promuevan una escuela plural y liberal. En democracia, los cargos públicos no tienen derecho a abusar y cultivar el totalitarismo. Desde Jordi Pujol se ha abonado a fondo el terreno de la confusión y la división en Cataluña, exaltando los sentimientos y manipulando datos. Es cierto que el procés topó con el Estado de Derecho y, finalmente, fue frenado en seco, pero el prófugo que presidió la Generalitat ha sido resucitado por un presidente madrileño que le fue a buscar a Waterloo y le ofreció todo lo que quisiera por siete votos. Estamos tan enfermos de partidismo que lo que acabo de decir escuece en algunos medios y procuran sofocarlo y distorsionarlo, lo que se hace con mediocridad y por miedo. Así estamos.
Los ciudadanos no deberían nunca ser inquietados por pensar de forma distinta (incluso radicalmente distinta) de los poderosos que mueven los hilos. No deberían estar inquietos por manifestar y argumentar que nos están contando mentiras de forma burda y estúpida. No deberían estar inquietos por desenmascarar la ideología que consiste en mantenerse en el poder a toda costa y aplicar injurias y represalias de distinto tipo a cualquiera que se oponga. Sin embargo, hay que invocar en la ciudadanía la conciencia de su dignidad y la voluntad de opinar con sensatez y moderación, abiertos a las ideas de los demás. Hay que superar el acomplejamiento que se nos quiere inducir y rechazar ser sumisos y pueriles: algunos sobreactúan, se adaptan sobremanera al discurso oficial y hasta llegan a imaginarse que participan en el colectivo de la crème de la crème; otros, de forma cínica y sin problemas de escrúpulos, optaron en su día por subirse al carro de los beneficiados: son los trepas y oportunistas. Allá cada cual.
En cualquier caso, de ningún modo hay que achantarse ante los tipos maleducados y agresivos, que se expresan de forma exasperada, airada, esgrimiendo exclusividad (Per un pais de tots, l’escola en català), exhibiendo fobias e impostando superioridad y omnipotencia. Pero, claramente, resulta preferible no discutir con ellos; es perder el tiempo y el humor. Para que no nos devore el ambiente tóxico, sectario y gregario, que emiten estas fuerzas de ningún modo puede ignorarse que es imprescindible el adecuado funcionamiento del Estado de derecho.
En el caso del procés, como señala la periodista Laura Fàbregas en su Diario de una traidora (Ed. Funambulista), durante años se fue trabajando a fondo –y sin respuesta oportuna y eficaz- contra un marco de referencia español, con una continuada y persistente ridiculización de España, arrojando asco y odio sobre su solo nombre, mostrándola como algo ajeno y detestable para los ‘catalanes’ (para ellos: catalán=nacionalista).
Esta labor de enajenación supremacista, alimentada por la receta del trastorno fóbico, ha acabado por producir anticuerpos entre los catalanes que no comulgan con sus mensajes. Les ha permitido deshacer el nudo que les dificultaba hablar de todo ello en voz clara y alta. Y, por supuesto, la ambigüedad se ha deshecho tras captar y revelar los códigos empleados, de forma repetitiva, zafia y despectiva, para desvirtuar el marco de ciudadanos libres e iguales. Este cambio ha sido (y será) decisivo para cambiar la dinámica perceptivo-emocional y elevar la autoestima de los parias de facto, los despreciados como personas.
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