El río Segura es uno de los cauces fluviales más importantes del levante español. Nacido en la sierra de su mismo nombre, en la provincia de Jaén, atraviesa diversos parajes en los 340 kilómetros de distancia que recorre hasta desembocar en el Mediterráneo por Guardamar. Y al poco de entrar por el norte de la región de Murcia, forma un extenso valle con características propias, el valle de Ricote, a partir de cuyo límite meridional va a parar a la llanura huertana que rodea la capital de esta comunidad autónoma.
El valle de Ricote constituye un verdadero vergel en las zonas regadas por el rio y ofrece un curioso contraste porque, rodeado de montañas, el paseante comprueba cómo, a medida que aumenta la altura, la aridez del terreno gana la partida a la fertilidad de las zonas inferiores. En cualquier caso, esta zona es rica en árboles frutales: nísperos, albaricoques, melocotones, ciruelas, uvas, algunas granadas y también cítricos, en especial mandarinas, pero también limones y naranjas. Todo ello sin excluir olivos, almendras y cereales.
Una comarca, por tanto, esencialmente agrícola, que tuvo una población campesina mayoritariamente morisca y cuya encomienda fue concedida, ras la reconquista, a las Orden de Santiago, excepto el término de Archena, que lo fue a la de San Juan de Jerusalén. La importancia de los agricultores moriscos fue tal que los propios encomenderos intentaron cancelar o al menos retrasar la orden de expulsión de los moriscos dictada por Felipe III y cuando ésta fue ya inevitable, el valle de Ricote quedó casi despoblado y entró en una crisis de la que tardaría más de un siglo en recuperarse.
Entramos en el valle de Ricote por el municipio de Abarán, que constituye su límite septentrional. Abarán es una población de cierta importancia, situada en la margen izquierda del rio Segura, bajo la sombra protectora de la sierras de Caraila y de Solán y frente a la sierra del Oro. Una nota destacada del paisaje abaranés es la presencia de algunas norias, que han sobrevivido al paso del tiempo. Las norias son unos ingeniosos artilugios que aprovechan la fuerza del agua para elevar el preciado líquido desde el cauce fluvial hasta las huertas que en esta zona se miden en tahullas, lo que equivale a 1.118 metros. De Abarán a Blanca divisamos a la izquierda el Cabezo de la Corona, con un curioso granero fortificado, que es caso único en toda Europa y al llegar a esta segunda población contemplamos no sin admiración el azuz de Ojós. Se conoce como azudes a una presas que embalsan el agua del rio Segura y desde las que ésta se desvía a las zona de regadíos. En la Peña Negra se adivinan los restos de su castillo moro, mientras que por las últimas estribaciones de la sierra de Solán subsisten viejas viviendas campesinas abandonadas, típicamente moriscas, con su huerto aledaño y algunas incluso con su horno de pan.
Seguimos hacia Ojós y nada más salir de Blanca pasamos junto a una araucaria de 125 metros, el árbol más alto de la comarca. A la entrada de la nueva población hemos de optar entre tomar una carretera que se separa del cauce del segura para subir a la villa de Ricote, que da nombre el valle o quedarnos en Ojos, que está de fiesta porque ese día hay primeras comuniones y su iglesia de San Agustín rebosa de fieles. Después de Ojós el río pasa por el estrecho de Solvente, encajonado entre las sierras del Chinte y del Salitre y en el camino nos cuentan la leyenda medieval del Salto de la Novia, hasta que aparecen en lontananza dos pueblos casi juntos, separados por el cauce fluvial: Ulea y Villanueva del río Segura. Y ya sólo nos faltan algunos kilómetros más para llegar a la ciudad balnearia de Archena, conocida por las cualidades salutíferas de sus aguas, la más poblada de todas las localidades del valle y su salida natural hacia el llano de Murcia. Allí está, en el Palacio de Villa Rías, el Centro de Interpretación Comarcal.
Tras unos años de despoblamiento, parece que la gente empieza a regresar al valle. Algunos, ya mayores, para pasar los últimos años de su vida en la tierra que les vio nacer. Otros, atraídos por la calidez de un clima templado. Y no faltan extranjeros, atraídos por la personalidad de los pueblos ricoteños, al punto que nos hablan del creciente interés de los ingleses por establecerse en las nuevas urbanizaciones de Villanueva del río Segura. Una naturaleza fértil, en un entorno árido, con vida plácida y a un tiro de piedra de Murcia, la gran ciudad.
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