Viajar por el mundo constituye un verdadero albur porque hay países a los que es imposible acceder, cual fue el caso de Arabia Saudita, que hasta ayer mismo estuvo cerrado para cualquier persona ajena al mundo islámico que no estuviera formalmente invitada a acudir y que desde hace un o dos años ha empezado, en cambio, a abrir sus fronteras al turismo. Lejos de nuestra intención intentar explicar en unas pocas palabras un país tan extenso como complejo. Mejor aproximarnos a él discretamente con algunas imágenes espigadas al azar que pueden servir como lectura introductoria a una sociedad muy diferente que desarrolla su vida, además, en un entorno hostil como el desierto.
Arabia Saudita es una de las pocas monarquías absolutas que sobrevive en nuestro plantea en el siglo XXI y, además, un país teocrático que carece de constitución porque su ley fundamental es el Corán, con la Sunna y lo yadices, es decir, el cuerpo religioso y legislativo revelado por Dios a través del Profeta Mohamed y completado con la interpretación autorizada del mensaje divino. Innecesario es decir que en un sistema semejante huelgan los partidos políticos y las elecciones, que no se han celebrado nunca. Lo que no significa que las cosas no puedan poco a poco evolucionar. El actual hombre fuerte del régimen, el príncipe heredero Mohamed ben Salman, -que aparece en la foto el primero por la izquierda, junto a Abdulaziz ben Saus, primer rey de Arabia Saudita, y Salman ben Abdulaziz, el actual monarca reinante- se ha demostrado hábil en el ejercicio de la relaciones públicas (aunque también implacable con sus enemigos, como comprobó el finado periodista Kashogui) con la implantación de dos rupturistas novedades: la aceptación de que las mujeres, vestidas, eso sí, con rigurosa abaya, puedan conducir vehículos, y la apertura del país al turismo.
Dos de las principales ciudades del país constituyen el eje geográfico de la religión musulmana: La Meca, donde encuentra la Kaaba o Piedra santa, y Medina. El profeta vivió en ambas y su huida de la primera a la segunda marcó el inicio del calendario musulmán. De ahí que la expresión de la fe religiosa sea una de las notas más definitorias del país al que cada años acuden millones de peregrinos de todo el mundo para cumplir con uno de los cinco preceptos del islam. La manifestación de la fe es perfectamente perceptible en cualquier lugar del país como muestra esta imagen en la que padre e hijo rezan con devoción en un rincón del gigantesco completo de mezquitas de Medina.
Arabia Saudita es un país muy caluroso en el que hasta ayer mismo el oro más codiciado no era el metálico, sino el agua. Como ahora es un país rico gracias a otro oro líquido, el negro, la carencia de agua se subsana con la potabilización de los mares que rodean su litoral y gracias a ello el agua potable no falta en ningún lugar del país. Sin embargo, la temperatura ambiente, acentuada en las costas por la humedad, impone un ritmo de vida pausado que invita a la galbana, como es fácil observar en las actitudes de algunos ciudadanos desprejuiciados que no tienen pudor alguno en echar una siestecita en plena calle. ¡Bismillah!
En Arabia Saudita hay mucha gente que vive desahogadamente gracias a la riqueza producida por la explotación de sus recursos naturales y por los negocios e inversiones que han surgido al amparo de los beneficios derivados de aquellos. Pero también hay quienes aparentemente parece que no disfrutan de una posición tan desahogada, lo que no quiere decir que no puedan disfrutar de la vida, como el alegre personaje que encontramos en pleno, y a lo que parece divertido, diálogo callejero en el centro de la ciudad vieja de Yeda, puerta de entrada al país desde el mar Rojo.
Seguramente habrán visto más de una vez cómo en ciertas iglesias se simula con pinturas la inexistencia de ciertos elementos decorativos. Es lo que se conoce con el nombre de “trampantojo” que, según el diccionario de la Real Academia, es “trampa o ilusión con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es”. Pues bien, aquí hay uno. El circunspecto caballero captado por nuestra cámara en Jeda pudo parecernos un ejemplo arquetípico de hombre saudita de posibles y dimos en creerlo así hasta que a alguien se le ocurrió hablar con él y descubrir que en realidad era… un turista alemán. Eso sí, con la kufiya muy bien arrollada sobre su cabeza.
De la mujeres se espera que oculten sus turbulentos y tentadores encantos con una vestimenta propicia, de amplio vuelo -con el fin de esconder toda suerte de sinuosidades pecaminosas- y tela de color negro. Todas visten en Arabia Saudita de este tenor y muchas de ellas lo complementan con la adición de un velo, también negro, que permite ocultar el rostro, con excepción de los ojos. ¡Ah! `pero lo que no pudieron impedir los que dictaron tan severas leyes es el lenguaje de la mirada, tal cual nos demostró esta joven saudita a la que encontramos en los alrededores de la mezquita blanca de Medina. Su complicidad llegó al punto de dejar que la fotografiáramos sin impedimento alguno y diríase incluso que con natural coquetería. El suyo fue, aún tapado, el rostro más hermoso que encontramos en todo el país.