Las facilidades en los medios de transporte nos permiten acceder a lugares remotos tan sólo unas horas de avión y han convertido paisajes situados en el antes legendario e inaccesible Océano Índico en puntos de destino turístico. Este es el caso de Seychelles, un país insular que está alejado de España, pues para llegar a él no sólo debemos atravesar todo el continente africano, sino incluso cubrir la distancia suplementaria de 1.600 kilómetros que la separa de su costa oriental. Se trata de un estado formado por 115 islas situadas en el Océano Índico y agrupadas en dos grandes conjuntos: el de Inner, de formación granítica y en torno a Mahé, y el de Outer, de origen coralino, con los archipiélagos Amirantes y Aldabra.
Mahé es la mayor de todas las islas y tiene orografía accidentada, con el pico Seychellois a 900 metros sobre el nivel del mar. En ella se encuentra la capital, Victoria que, con sus poco más de 20.000 habitantes, es una de las más pequeñas del mundo. En su paisaje destaca la catedral católica de la Inmaculada Concepción -el seychellés es un pueblo muy religioso- y alberga discretos edificios administrativos, hermosos jardines y diversos monumentos tales una reproducción del Big Ben londinense, el monumento a la diversidad étnica del italiano Lorenzo Apiani y la estatua de bronce de la liberación de Zionm Lib. También son interesantes el Museo situado junto a Correos. La ciudad muestra una intensa vida comercial en torno a sus dos puertos y a la zona de Market Street y el mercado aledaño, dominado por el aroma de las especias orientales.
Junto a Victoria, la State House, antigua casa de gobierno, rodeada de jardines de estilo inglés abiertos al público, el jardín botánico de Mont Fleuri y, frente a la ciudad, la Marina de Sainte Anne, primer parque marino del Índico, alrededor del conjunto formado por las islas de Cerf, Moyenne y Ronde, con una increíble variedad de peces y corales.
El litoral de Mahé está salpicado por 68 playas de arena fina y agua transparente en torno a las cuales se han ido construyendo modernos y confortables complejos hoteleros, a los que llega un turismo de calidad procedente de todo el mundo.
La situación de Seychelles muy ligeramente al sur de la línea del Ecuador, el clima caluroso en toda época del año y una humedad intensa y persistente favorecen una flora sumamente variada, con especies desaparecidas de otras latitudes, como el palo limonero. También sorprende la abundancia de aquellas lianas popularizadas en las películas de la selva, cuyas hojas actúan como receptáculos de agua de lluvia, por no hablar del mapo, un árbol cuyas hojas en descomposición actúan como eficaz abono natural. Súmese a lo dicho palorosas, takamakas, ceibas y numerosos árboles frutales: mangos, papayas, frutopanes, plataneras, bananos, cocoteros y piñas.
Pero ninguno de los árboles citados es más representativo de este país que la palmera del coco de mar (lodoiocea seychelarum) Solo se encuentra en la islas de Praslin y Curieuse y es el fruto de una palmera que puede alcanzar los 40 metros y vivir hasta 800 años. El mejor lugar para contemplarla es en el parque nacional del Valle de Mai, que se encuentra en Praslin, segunda isla en extensión del archipiélago y que está rodeada de una barrera coralina. El parque no es muy extenso; dispone de caminos bien trazados y perfectamente señalizados, por lo que resulta muy sencillo pasear por él y disfrutar de la extraordinaria multiplicidad de especies que allí se encuentran.
Otro aspecto curioso de la naturaleza insular son las tortugas gigantes, posibles supervivientes de épocas anteriores a la desaparición de los dinosaurios, que tienen su habitat en muy pocas regiones del planeta como las islas Galápagos y en algunos archipiélagos e islas del Océano Índico, como Reunión, Madagascar, Mauricio, Rodríguez y La Digue, ésta última en Seychelles. Dichos quelonios pueden medir hasta un metro de alto por 1’5 de largo y pesar cerca de los 300 kilos.
En La Digue no hay más tráfico rodado que algún cuatro por cuatro de servicio público y cuando el viajero desembarca procedente de Mahé o de Praslin tiene tres elecciones para recorrerla: hacerlo a pie, lo cual no es ninguna locura porque su superficie es de 5 kilómetros de ancho por 3 de largo; en bicicleta; o, si opta por el transporte sendentario, en unos vistosos carros tirados por bueyes. La Digue huele a mar y a vainilla porque aquí se cultivaba esta orquídea trepadora cuyos frutos, en forma de vaina algo más pequeña que la del algarrobo, despide un intenso aroma. Pero lo más interesante de la isla es, aparte del fuerte de Saint Cloud, que data de los tiempos de Napoleón, y de una bella iglesia colonial del siglo XIX, el viejo cementerio insular, con lápidas de hace doscientos años, que recuerdan cuando la isla estaba todavía bajo soberanía gala y por tanto muchas de ellas con nombres franceses y de oriundos de la Reunión.
La Digue está formada por grandes bloques de granito negro, que rinden sobre la arena de la playa y sobre las que la acción del mar ha esculpido figuras caprichosa en forma de arco, quillas de barco o personajes legendarios.
La vida en Seychelles es plácida, quizá porque los visitantes llegan, pasean, disfrutan de la naturaleza y no estorban la existencia de la población autóctona que mantiene un ritmo pausado, determinado por el sol, la lluvia y las viejas tradiciones.
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