Mientras en Europa atravesamos el invierno con menos dureza que antaño, pero siempre con frío y parva luz solar, en el hemisferio sur se disfruta del verano y es entonces cuando adquieren la máxima animación algunos famosos centros vacacionales, como el de Punta del Este en Uruguay. Asomado al Río de la Plata, fueron los vecinos argentinos los que lo descubrieron a partir de 1907 y rápidamente se empezaron a construir chalés vacacionales. Los primeros de ellos alrededor de 1920, obra del arquitecto Carlos Ott y para 1940 se contabilizaban ya 40, así como un hotel, el San Rafael, que ha estado en funcionamiento hasta entrado el siglo XXI. Aquella península olvidada de arena y matojos ha acabado convirtiéndose en el espléndido conjunto urbano de Punta del Este que se une ya, sin solución de continuidad, con la aledaña ciudad de Maldonado, capital del departamento del mismo nombre.
Aunque esta zona dispone de su propio aeropuerto, lo más usual es que los viajeros procedentes de Buenos Aires lleguen a través Montevideo pues ambas ciudades están unidas por un eficiente y rápido servicio de transbordadores, mientras que los brasileños suelen acceder por vía terrestre y los procedentes de orígenes más lejanos, desembarcando en el estupendo nuevo aeropuerto capitalino. La ruta desde la principal ciudad uruguaya discurre por el hermoso litoral de la banda oriental del Río de la Plata y pasa por algunos puntos en sí mismos también interesantes, como la ciudad de Priápolis.
Entre Priápolis y Maldonado se encuentra Punta Ballena, un saliente que se adentra en el estuario y en cuya base se esconden algunas grutas interesantes y, sobre todo, la silueta de Casapueblo, conjunto arquitectónico de líneas romas y estilo ibicenco, diseñado por Carlos Paéz Villaró aprovechando las anfractuosidades de la ladera de un barranco. Inmediatamente se entra en Maldonado, lo que equivale a decir que también en Punta del Este pues, aunque técnicamente son municipios diferentes, lo cierto es que hoy en día las estructuras urbanas de uno y otro están perfectamente ensambladas.
A nuestro arribo avistaremos una serie de playas seductoras reseguidas por el interior por la avenida de Claudio William, que luego se convierte en General José Gervasio Artigas. Así las de Cantegril, El Grillo, Marconi, Marangatú, La Pastora y la celebérrima Playa Mansa. Sigue luego el puerto, que es deportivo, pero conserva el antiguo sabor pesquero. La plazoleta de la Gran Bretaña está situada cabe Punta Salinas, el saliente peninsular que es considerado la frontera entre las aguas dulces y salobres. Esta es la zona más antigua del conjunto urbano y donde se alza el faro edificado en 1860 para aviso de navegantes. A pocos pasos se halla la iglesia de Nuestra Señora de Candelaria.
Resiguiendo la costa se pasa a la orilla atlántica y junto a la rambla del General José Gervasio Artigas aparece la playa de los Ingleses, separada de la del Emir por la Punta del Vapor, en la que hay una imagen de la Virgen chicharrera obra de Mario Lazo, que fue instalada en 1982. Le sigue la Playa Brava, en cuya orilla aparecen diversas obras, entre ellas la de los famosos dedos, y seguidamente las de Chiverta y la Draga, cuando la avenida ya ha cambiado su nombre inicial por el de rambla de Lorenzo Batlle Pacheco. El arroyo Maldonado separa el final de la rambla de Lorenzo Batlle del barrio de La Barra y para evitar este contratiempo hubo que construir un puente diseñado por Leonel Viera con estructura ondulada.
Poco a poco aquellos terrenos agrícolas y ganaderos del centro de la península de Punta del Este han ido siendo ocupados por una sucesión ininterrumpida de edificaciones, inicialmente residencias unifamiliares y más tarde, rascacielos, lo que ha convertido a esta ciudad en un epítome de un Nueva York, bien que de carácter vacacional. La cruza por el centro la avenida de Gorlero, verdadero nervio de la actividad urbana que comparte con la plaza de Artigas.
Durante la primavera y verano australes calles y playas están invadidas por una alegre multitud, principalmente de argentinos y brasileños, pero en otoño e invierno desaparece el bullicio y la vida adquiere un ritmo más pausado y tranquilo., La excelente infraestructura hotelera y su inmejorable conectividad con el resto del país, los países vecinos e incluso el resto del continente han convertido a este emporio lúdico y de descanso también en un lugar muy adecuado para la celebración de toda suerte de eventos como congresos, seminarios, convenciones y reuniones de alto nivel.
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