No es infrecuente que padres de adolescentes y de niños manifiesten su inquietud y sus temores respecto a este momento de la vida de sus hijos. Tratando de quitar un poco de hierro a la cuestión, suelo decir que la adolescencia solo se pasa una vez en la vida y que tiene un final. Si bien lo primero es una obviedad, lo segundo requiere una argumentación.
De la adolescencia se suele decir que se sabe cuando empieza pero no cuando acaba. La certidumbre del inicio viene determinada por un hecho biològico, madurativo, que es la aparición de los caracteres sexuales secundarios. Esto marca con claridad el final de la infancia. Al mismo tiempo marca también el inicio de la adolescencia, que son las transformaciones psíquicas y sociales que se articulan con las biológicas-corporales.
Tanto la Organización Mundial para la Salud (OMS) como Unicef (ONU) la sitúan entre los 10 y los 19 años, definiendo la adolescencia como la segunda década de la vida. Argumentan que así pueden reunir datos basados en la edad que les permitan analizar este período de transición a nivel mundial. Así salvan el escollo de la gran diversidad de culturas, en algunas de las cuales la mayoría de edad se sitúa para las niñas a los 9 años. Es pues un criterio fundamentalmente operacional.
Pero esta definición puramente cronológica nos aleja del contexto bio-psico-social que caracteriza y da especificidad a la adolescencia. Desde esta concepción, la adolescencia es bastante más que una transición de la infancia a la adultez. Es un momento en el que tienen lugar procesos de gran trascendencia y de mucha intensidad, sobre todo para los adolescentes pero también para sus padres. Antes que encontrarse a sí mismo, el adolescente ha de ir buscando el “sí mismo”, haciendo una construcción personal a través del vínculo con sus padres y de los vínculos en lo social.
El adolescente busca a los otros, mira a los otros, les necesita para poder saber de sí mismo, para reconocerse en los otros y para ser reconocido por los otros. Es en esta dinámica caracterizada por asemejarse y por diferenciarse de otros que el adolescente va descubriendo/construyendo su ser, poniendo en juego su deseo y sabiendo de su propio deseo.
Los padres se ven inmersos en estos procesos de cambio y de transformación, en los que no solo han de soportar sino que también han de participar activamente desde su función formadora. El adolescente necesita de sus padres para su construcción personal. Unos padres que puedan escuchar, mirar y soportar las actuaciones y las escenificaciones que suelen hacer los adolescentes sin estar reaccionando o respondiendo al mismo nivel. Tienen una función de contención de emociones y de situaciones, lo cual incluye la contención de los propios padres. No es tarea simple.
Una función parental fundamental es la de enunciar y sostener una ley que promueva algunas renuncias y límites. Una ley que haga un ordenamiento, que haga de regulador y de referencia para el adolescente. Una ley que no sea opuesta al deseo sino que se articule con él, que se una a él. Una ley que deje claro que no todo es posible, ni está permitido, ni se puede hacer cualquier cosa. No se trata de hacer teoría ni de apelar a un ideal universal, sino de transmitir esa ley que está presente en la vida de los padres, que la tienen incorporada y que les hace de límite y conmina a renuncias, pero que también les habilita para funcionar atendiendo a lo que desean para sus vidas. Esta ley parental permite dar significación, atribuir cierto sentido a las actuaciones del adolescente, incluidas las transgresiones. Si no hay ley no hay transgresión.
Al llegar a los 18 años hay otra ley que comienza a operar, la ley del ordenamiento político y social. El adolescente deviene adulto ante ella, un ciudadano libre con sus derechos y sus obligaciones. Tiene derecho a votar a sus representantes políticos y es libre de moverse por donde quiera sin necesidad de autorización. Esto no es algo que los padres otorguen o quiten, no tiene que ver con el ordenamiento familiar sino que es una relación directa con el ordenamiento legal y social. Tampoco es algo que responda a la subjetividad del adolescente, a como se sienta o como se represente a si mismo.
Ser adulto ante la ley tiene también una dimensión simbólica, psíquica, que introduce una diferencia respecto a la adolescencia. Plantea decisiones y conflictos, retos, exigencias y oportunidades que son nuevas, que son las propias de la etapa adulta. Es un momento de búsqueda en lo social, de ir construyendo un lugar en lo social, de ir sentando los fundamentos de un lugar en función de su deseo y de sus posibilidades. Un momento de experimentar en lo social, de exploración, de búsqueda, de descubrir por si mismo cómo es el mundo que le rodea.
Desde esta dimensión legal y simbólica los 18 años marcan el fin de la adolescencia. A diferencia del concepto operacional de las organizaciones mundiales, este final se sustenta en un concepto social, cultural y psicológico. Considerar un final de la adolescencia en estos términos tiene consecuencias en la manera de comprender los lazos paternofiliales y de conceptualizar el momento vital. También los tiene a nivel de la práctica clínica en salud mental. Considerar la problemática y los síntomas de un joven de 20 años como los conflictos de un adolescente es algo muy diferente a considerar que es un adulto que tiene conflictos como adulto, aunque los síntomas remitan a problemáticas anteriores.
En la época actual hay muchos jóvenes que continúan conviviendo con sus padres durante la década de los 20, fenómeno que responde a los cambios en los lazos paternofiliales y a las condiciones socio-económico-culturales en que vivimos. Son adultos que conviven con sus padres, que dependen en diferente medida de ellos, pero que son libres de marchar cuando quieran. Este fenómeno no se explica solo por la implicación del joven, sino también porque hay padres que así lo desean, que aceptan esta situación, y que encuentran una satisfacción en ello.
Tomando los cambios puberales como inicio de la adolescencia, y la mayoría de edad legal como su final, la adolescencia es la etapa más breve de la vida.
Breve pero intensa, breve pero fundante de la estructuración subjetiva, de la construcción personal con la que recorrerá su adultez.
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