El pasado 20 de noviembre se cumplieron 59 años de la aprobación en la ONU de los derechos del niño. Sus consideraciones preliminares y los 10 principios que sostiene pueden parecernos hoy en día una obviedad. Pero fue un gran paso que permitió dar un estatuto legal a la infancia y a los niños, universalizando sus derechos. También a nivel simbólico marcó un antes y un después, sobre el concepto de infancia y de sus características, fundamentalmente la vulnerabilidad y la dependencia. El texto insiste en el derecho a una protección especial y a una comprensión, en un contexto de amor y cuidado. La convención permitió ir más allá del contexto socio-cultural del concepto de infancia universalizando unos derechos inalienables, "considerando que la humanidad debe al niño lo mejor que puede darle".
La sociedad, a través de sus instituciones políticas y de servicios asistenciales, pasa a ser la responsable última de la protección y del cuidado del niño. Este "interés superior del niño" es el que hace que se le pueda retirar la custodia del niño a sus padres, si se considera que no se están respetando sus derechos, o a que se tomen las medidas adecuadas para subsanar la vulneración de esos derechos. Son organismos cuya función es "proteger contra toda forma de abandono, crueldad y explotación", incluso frente a la propia familia, frente a sus padres. La convención destaca el lugar del niño como sujeto de pleno derecho, que el niño no es un objeto propiedad de nadie, ni siquiera de sus padres. Pero es evidente que pese a lo realizado hay mucho camino por recorrer, que la protección que la sociedad hace del niño sigue siendo relativa e insuficiente.
Los niños se ven expuestos a situaciones de la vida de los adultos, de manera que se deja de preservar la infancia como tal. A los niños se les hace partícipes de situaciones de la vida social y famiiar que no pueden asimilar, que no tienen posibilidad de comprender: problemas económicos, intimidades de la vida adulta y de la vida de pareja, formas de violencia social, etc. Hay una frase que los niños de antes escuchaban con frecuencia y que ahora parece haber desaparecido: "Esto no es cosa de niños", o su variante, "Esto es cosa de adultos". El mensaje aclara y tranquiliza, libera al niño de tener que atender y de hacer esfuerzos para comprender cosas que le sobrepasan. Cuando el adulto pone filtros, cuando acota y limita la exposición del niño a situaciones que no le corresponden, no solo preserva al niño sino también a su infancia.
La tendencia a la hiperocupación de los niños en múltiples actividades -marcada por unos ideales sociales de productividad- colabora a exponer al niño a una estimulación constante. Estas actividades dejan poco margen para el tiempo de ocio, para el juego espontaneo y para estar con sus padres, que son lo más propio de la infancia.
En las familias y las escuelas proliferan los dispositivos electrónicos; los adultos que conviven con el niño usan móviles, tabletas y ordenadores. Los niños acceden a ellos, se benefician de sus prestaciones y se sienten fuertemente atraídos por sus contenidos y presentaciones, como es lógico y comprensible. También lo es que los padres aprovechen este interés para tenerles entretenidos y distraídos. Como pasa con otras cosas, la cuestión está en como los adultos regulan y controlan el tiempo de uso y los contenidos a los que acceden los niños. Es frecuente que los niños se queden solos en uso del dispositivo, quedando expuestos a contenidos no acordes con su edad, trasladando sus preguntas a buscadores de intenet que ofrecen todo tipo de respuestas que no se adecuan a su edad, o viendo canales de youtoubers que se dirigen a un público adolescente o adulto. Así, el niño queda expuesto a estimulaciones que se suman en un efecto de excitación. Que los padres tomen conciencia de los retos y de los riesgos que comporta es fundamental para que puedan proteger al niño y a su infancia.
El mundo de las pantallas, el mundo de las imágenes es muy potente, es un fuerte competidor de los momentos y de las actividades "off-line". Con frecuencia esto hace que más que ser un complemento, un recurso más, las pantallas sean un sustituto del juego espontáneo, del juego con juguetes, del juego motriz, del juego con lenguaje. Y tantas veces, también un sustituto de la presencia de los padres. La cuestión no radica sólo en lo que hace o ve en la pantalla, sino en todo lo que no hace, que son precisamente las actividades propias de la infancia.
Los niños presionan, piden, se quejan, insisten y hacen fuerza para acceder a los dispositivos y a sus contenidos, poniendo a prueba la consistencia y la firmeza de la posición de sus padres. Por ello es fundamental que los padres sean conscientes de lo que hay en juego, que tengan una posición activa ante esta situación y que reconozcan la trascendencia que todo esto tiene en el desarrollo y la vida de sus hijos.
Todas estas estimulaciones a las que están sometidos los niños de hoy en día tienen un efecto excitatorio y sobre-excitatorio en ellos. No debería de extrañar que esto de lugar a fenómenos y manifestaciones ligados a la hiperactividad y a las dificultades de concentración. Sin embargo, esto no parece que se traduzca en una comprensión de la necesidad de proteger a la infancia. Más bien se tiende a responsabilizar al niño, a convertirlo en una patología del niño, a que proliferen los diagnósticos de TDAH, y con frecuencia la administración de psicofármacos.
En el 'Informe del Relator Especial (de la ONU) sobre el derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental' que se publicó a mediados del año pasado, se dice que "el ámbito de la salud mental sigue estando excesivamente medicalizado y el modelo biomédico reduccionista, con el apoyo de la psiquiatría y la industria farmacéutica, domina la práctica clínica, las políticas, los programas de investigación, la educación médica y las inversiones en salud mental en todo el mundo." El "interés superior del niño" que recoge La Convención de derechos del niño de 1959, a la luz de este informe de 2017, ha quedado supeditado a los intereses del mercado y de la industria. También los adultos están sometidos a estos intereses, pero como adultos que son tienen recursos para poder comprenderlo y tomar una posición personal. El niño necesita de la protección del adulto.
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