Lo dice la ciencia. Somos mucho más sensibles a lo que los demás piensan de nosotros de lo que podríamos suponer.
A los 24 meses los niños completan su primera dentición. Ya no son bebés, pero necesitan dormir más de 11 horas al día. Saben cómo usar en su fvor las rabietas, socializar más e incluso preguntar sobre lo que les preocupa, con un vocabulario de hasta 300 palabras, con verbos y adjetivos.
Además, ahora de ha descubierto que a esta temprana edad, las criaturas también empiezan a preocuparse por su reputación, según un estudio realizado en la Universidad de Emory (EEUU), y publicado en la revista científica 'Developmental Psychology', de la Asociación Americana de Psicología.
"Nuestra investigación sugiere que a los 24 meses de edad, cuando los niños comienzan a formar oraciones de dos palabras, se dan cuenta de que su comportamiento puede ser evaluado positiva o negativamente por otros", explica Sara Valencia Botto, experta en cognición y desarrollo de Emory y una de las principales autoras del estudio.
Hasta ahora se pensaba que este era un comportamiento reservado para niños mayores de 4 o 5 años, nunca menos.
"Nuestra preocupación por la reputación es algo que nos define como humanos", dice Botto.
Esto nos lleva directamente al temor de hablar en público, más recurrente entre los adultos que cualquier otro temor -incluso el de la muerte- precisamente por el terror de no poder cumplir con los estándares impuestos por la sociedad, siempre mirándonos con el dedo apuntado, atentos a los fracasos (o al menos así lo juzga la mayoría de la gente).
"Estos descubrimientos nos acercan a comprender cuándo y cómo nos volvemos más o menos sensibles a la evaluación de los demás, y refuerzan la idea de que los niños son mucho más inteligentes de lo que pensamos", concluye Sara Valencia Botto.
Y tiene buenas razones para ello, según la psicóloga clínica e investigadora en pedagogía Teresa Andrade, citada por 'Diário de Notícias'. Los niños que son capaces de leer el mundo que les rodea están aprendiendo a satisfacer sus necesidades y deseos, desarrollando inteligencia emocional a cada paso.
"Al final, el éxito dependerá de cómo el niño, en el ejercicio de su voluntad, pueda afectar a los que le rodean de una manera más o menos positiva, pero este es un punto que se puede aprovechar, desde el principio, para que desarrolle un fuerte apetito por la autonomía y el liderazgo", añade.
Una cosa es cierta: los niños sólo aprenden si sus padres les presentan alternativas constructivas que les hagan sentirse valorados en lugar de criticados constantemente. Por eso te dejamos en la galería de fotos algunos consejos sencillos sobre cómo actuar con ellos en la vida diaria.
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