Vivimos tiempos excepcionales que han condicionado nuestra vida en todos los órdenes. Por ejemplo, en las formas de disfrutar del tiempo de ocio y, más concretamente, de viajar. Aquellos destinos exóticos y remotos que se ofrecían a buen precio gracias a sus excelentes comunicaciones, resultan hoy harto complicados por la servidumbre que supone el cumplimiento de una serie de requisitos sanitarios y de controles fronterizos estrictos. Esta realidad ha contribuido a que nos percatemos que no hace falta ir muy lejos para encontrar lugares bellísimos que están muy cerca de nuestro domicilio y a los que podemos desplazarnos, si lo deseamos, con nuestro propio vehículo sin necesidad de trámites engorrosos. De ahí el redescubrimiento de nuestro propio entorno peninsular, bien en la propia España, bien en el vecino Portugal, a donde podemos acceder sin más requisito que el certificado COVID.
Una de las regiones sus sugestivas es, sin duda, el Alentejo. Si el Tajo marca una línea divisoria entre la mitad norte y la mitad sur de Portugal, entonces podemos decir que se encuentra en esta última, aunque su frontera septentrional linde precisamente con el gran cauce fluvial. Tiene un orografía suave y su paisaje interior se caracteriza por los bosques de alcornocales, lo que le convierte en el principal productor de corcho de Europa. Pero el Alentejo se asoma a la vez al Atlántico con un litoral en el que se suceden algunos acantilados con zonas dunares que dan lugar a playas inmensas y vírgenes, como nos recordaba Vítor Silva, presidente de la Autoridad Turística regional. “Son playas casi salvajes, en las que no hay prácticamente constricciones; una de ellas, la mayor de Europa, se extiende a lo largo de sesenta kilómetros”. Hay, añade, pequeños hoteles que están perfectamente incardinados en esta naturaleza salvaje, circunstancia que ha permitido que sea una zona predilecta para numerosos artistas y gente famosa, entre otros los miembros de la familia principesca de Mónaco.
Pero existe además un interior formado por una miríada de pueblos con encanto (Alqueva, Monsaraz, Marvão, Castelo de Vide, Vila Viçosa, Sines, Troia…).y, a las vez, ciudades de tamaño mediano, de entre las que cabe destacar dos con el marchamo de patrimonio de la humanidad otorgado por la UNESCO: Évora y Elvas.
Évora, que lo fue en 1986, todavía conserva un monumento de la época romana, el templo de Diana, datado en el siglo I de nuestra era. En su conjunto urbano destacan su catedral que inicialmente románica, pero fue transformada en gótica en el Medioevo, así como el palacio episcopal, que es ahora mismo sede del Museo Regional y otros templos como la Iglesia de San Francisco -lo único que se salvó del antiguo convento de la misma advocación-, la capilla de los Huesos o el convento de los Loyos o edificios civiles, tales la Torre de Sisebuto, los palacios de Don Manuel y de los condes de Sortelha, además de algunos lienzos de pared de las antiguas murallas con la puerta de Avis.
Elvas está un tiro de piedra de la frontera con España y de ahí que su aspecto conserve el testimonio pétreo de aquellos tiempos en que los dos vecinos se miraban con reticencia. Se caracteriza por sus murallas medievales, el castillo, las fortalezas de Nossa Senhora da Graça y la de Santa Luzia, así como por un acueducto construido entre los siglos XV y XVII, perfectamente conservado. Hoy, cuando las fronteras de los países de la Unión Europea no son más que una línea imaginaria en los mapas, la portuguesa Elvas y la española Badajoz han creado una eurociudad con la que tratan de compartir infraestructuras y crear sinergias. Buen ejemplo de ello en el Coliseo José Rondaô de Almeida, una instalación cultural y deportiva de utilización conjunta.
En fin, puestos a recodar localidades alentejanas, no podemos olvidar que también se encuentra aquí Grândola, que dio nombre a la canción de José Afonso cuya emisión en la noche del 25 de abril de 1974 supuso el inicio de la “revolución de los claveles” y la recuperación de la vida democrática en Portugal.
Y tratando de canciones, no estará de más decir que la UNESCO ha proclamado también patrimonio de la humanidad el cante alentejano, un canto coral propio de gran valor musical.
En la gastronomía local adquieren singular protagonismo las migas, bien en forma de açorda alentejana, bien en seco, así como un exquisito cerdo guisado con almejas y cilantro. Todo ello regado por los vinos de la región que suponen la mitad de la producción total portuguesa.
Vítor Silva nos explica que más de un 20 % de los turistas que visitan el Alentejo proceden de España, por lo que constituyen el primer mercado, seguido de los de Brasil, Alemania y Estados Unidos. Y añade que en 2021 pudieron remontar la crisis del año anterior hasta conseguir un 90 % de los dígitos alcanzados antes de la pandemia, por lo que fue la región portuguesa que se recuperó con más fuerza. No es extraño que el Alentejo haya conseguido en reiteradas ocasiones el premio a la mejor región turística del país.
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