Recetas prodigiosas contra el estigma

Pilar Gómez
Psicóloga clínica y psicoanalista

Medicacion


Asistí no hace mucho a una jornada sobre salud mental. La conferencia final estuvo a cargo de un psiquiatra que se lució. He aquí la buena nueva: no hay que estigmatizar a los niños porque sufran de hiperactividad, lo que hay que hacer es medicarlos -ya digo que se lució- porque una vez medicados ya no crean problemas y así no se les estigmatiza.


No invento nada, es así como se dijo, y por descabellado que parezca no cabe sorprenderse: la industria farmacéutica busca y encuentra argumentos tan peregrinos, cuando no directamente perversos como éste, que van calando insensiblemente en el imaginario popular y forjando estados de opinión muy peligrosos para el buen equilibrio y la libertad de las personas.


Los diagnósticos de TDH y de TDHA, la hiperactividad y la falta de atención, han proliferado durante los últimos años y nada indica que esa tendencia vaya a frenar. Todo lo contrario: dentro de nada empezaremos a saber de diagnósticos de "trastorno de control de los impulsos" en niños y niñas de tres o cuatro años que, a su vez, serán consecuentemente medicados para salvarles del estigma.


El hecho es que no hay tal tal eclosión de enfermedades, lo que hay es una restricción interesada del campo de la normalidad -que es vastísimo y donde caben muchas cosas- para clasificar y señalar como patológicas situaciones, actitudes y momentos vitales que forman parte del riquísimo registro de la subjetividad humana.


Este peligroso fenómeno, esta patologización de lo normal, no se restringe al comportamiento de los niños, hay muchos otros ejemplos: un duelo, la timidez, el envejecimiento, un embarazo, los altibajos del espíritu, la alegría desbordada...todo ello puede ser hoy día calificado de patológico y para todo se propone un compuesto químico que supuestamente es terapeútico.


Pero para que haya tratamiento debería existir enfermedad, ¿y quién ha dicho que estar triste porque se ha muerto tu madre o que no relacionarse fácilmente con extraños sea algo enfermo? Pues lo dicen los expertos que determinan aquello que se incluye como trastorno en los manuales diagnósticos.


Estos expertos son personas de mucho prestigio, eximios profesores de las universidades más reputadas - fundamentalmente de los USA-, de modo que deberían saben lo que dicen y si lo dicen debe ser porque las investigaciones que allí se llevan a cabo justifican sus asertos. Pero, lamentablemente, tampoco es el caso y conviene poner en tela de juicio esas afirmaciones puesto que la investigación farmacológica universitaria independiente ha pasado a la historia y hoy en día es la industria farmacéutica la que financia la investigación en las universidades.


Si los expertos no deben incordiar con sus resultados a las farmacéuticas para no poner en riesgo los fondos que reciben en sus universidades, cabría esperar que desde los gobiernos y/o las distintas administraciones, encargados de la protección de la ciudadanía, se exigieran verificaciones de los estudios que éstas presentan. Pero tampoco: por el contrario lo más común es que sea la propia industria la que determina sobre ambas cosas -sí señor, se trata del lobo cuidando de las ovejas...-. Ahí encontramos el motivo de que a uno se le muera la madre y el cabecera, con su mejor intención, le recete antidepresivos.


Pues no, un duelo no se trata con antidepresivos y medicarlo no hará más que obturar el buen transcurso de un proceso normal cuyas fases están bien estudiadas. La tristeza, la desgana, el pesimismo, la fatiga extrema, el dolor corporal o el llanto incontenible... no son reacciones patológicas, son momentos por los que hay que transitar cuando se produce una pérdida significativa para un sujeto. Por otra parte la medicación no evita jamás que el duelo encuentre la manera de hacerse presente en la vida cotidiana de cada persona, solamente enmascara sus manifestaciones - aparecerá como cefaleas, desarreglos intestinales, insomnio, contracturas, hormigueos, ceremoniales obsesivos, comportamientos agresivos, ideaciones paranoides, enuresis y encopresis secundarias, dificultades en el aprendizaje, amenorreas...en fin que medicarlos es un mal plan se mire por donde se mire.


Esto, patologizar lo normal, es altamente rentable en términos económicos: a más enfermedades más medicamentos, a más medicamentos más ventas y a mayores ventas mayores beneficios. Veamos la progresión de los manuales DSM* puesto que habla por sí sola: en su primera versión -DSM 1- de 1952 recogía 108 categorías diagnósticas, en 1968 -DSM 2- tenía 182 , en 1980 -DSM 3- ya fueron capaces de encontrar 292, en 1994 -DSM 4- llegaron a enumerar 350 y el que rige hoy -DSM V- de 2013 roza el medio millar. En sesenta año se han multiplicado por cinco los trastornos mentales identificados por el manual. A este paso no habrá expresión humana susceptible de no ser calificada como patológica...


Nuestro psiquiatra del principio estaba en la onda, cuando un niño alborota, corre, grita, se distrae o no obedece a la primera, es decir cuando se comporta como un niño que requiere atención para ser educado, la consigna es darle medicación para que no moleste. De este modo no se hablará de él como problemático y se librará del estigma...


Ya lo hemos dicho: el campo de lo normal es enorme y estrecharlo representa un gran negocio para la industria farmacéutica, de modo que piénsalo cuatro veces antes de aceptar que tú o tus hijos necesitáis medicación para curaros de vuestra manera de vivir la vida y de vuestro modo de expresarlo.


*Diagnostic and Statistical Manual, el manual de diagnóstico psiquiátrico más comúnmente usado.

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