Niños y adolescentes esperan con fervor la llegada de las vacaciones de verano. Es el final de las clases, y también de buena parte de las obligaciones cotidianas. Cambian las actividades, los horarios, y hay más libertad para disponer del tiempo a su agrado.
Para los padres conciliar la vida laboral y la vida familiar no es tarea fácil. Las vacaciones estivales no son una excepción; suelen representar un esfuerzo organizativo, logístico y económico.
Pero también es una oportunidad para compartir un tiempo de vacaciones en familia, en la medida de lo posible. Para los hijos no sólo es importante que se haga por ellos sino también con ellos. Pocas cosas les hacen más felices que sentir que sus padres desean hacer cosas con ellos, que buscan la ocasión y que toman las medidas para conseguirlo.
Al hablar de vacaciones suelen venirnos a la cabeza imágenes idílicas y paradisíacas, mezcla del bombardeo publicitario y de sueños propios y ajenos. Pero no se trata de hacer la carta a los Reyes Magos sino de pasar tiempo juntos sin las obligaciones escolares ni laborales.
de experimentar momentos juntos en un clima de mayor distención. Momentos en los que prime el deseo de pasarlo bien y de disfrutar de la mutua compañía más que el educar y gobernar la vida de los hijos.
Es un momento para relativizar los ideales y las expectativas elevadas de modo que se pueda disfrutar en la medida de lo posible del hijo que se tiene. Un hijo que no es perfecto ni responde a todas las expectativas de sus padres, así como sus padres tampoco son perfectos ni colman todas sus expectativas.
Es una oportunidad de compensar el “TDAH” de los padres, ese déficit de atención y de presencia en la vida cotidiana de sus hijos que suelen arrastrar durante todo el curso. Seguramente ello requerirá mantener a raya al conjunto de dispositivos electrónicos en los que niños y adolescentes encuentran compañía habitualmente. Son cambios y adaptaciones que comportan un cierto coste, aunque sería más pertinente tomarlo como una inversión.
Las vacaciones son una ocasión para hacer cosas diferentes a las habituales, dando más lugar a que los hijos ocupen un lugar activo y agente. Poder hacer actividades nuevas, probar cosas, jugar juntos, pasar tiempo juntos, compartir espacios. Es una oportunidad y a la vez un reto. Porque habrán obstáculos, se producirán conflictos y pasarán las cosas que habitualmente suelan suceder entre los hermanos, entre los padres, entre padres e hijos. Todo ello también forma parte del pasar tiempo juntos. Lo que cambia es que el contexto da la opción de tratarlos de otra forma, de implementar otros recursos, de dedicar un tiempo, una atención y una paciencia que no es la de la dinámica del resto del año.
Los diferentes momentos de disfrute y de conflicto, de coincidencias y de divergencias, de actividad y de calma van tejiendo la trama vacacional. Una convivencia que permita irse conociendo y reconociendo, en las características de cada uno, en los cambios que el crecimiento produce en los hijos. Una convivencia que sea inclusiva y respetuosa de las subjetividades de sus miembros, donde cada quien pueda ser aceptado y querido tal como es.
Una convivencia que colabore a dar sentido a la vida familiar, que haga palpable el gusto de estar en familia. Que además de las cargas y de las responsabilidades que comporta se pueda experimentar el placer de poder disfrutar de esa familia que tanto cuesta de formar y mantener.
El tiempo vacacional en familia puede que sea un tanto efímero, pero no por ello deja de ser altamente significativo y sustancial. Lo es por lo que permite experimentar en familia, pero también por la ilusión y la esperanza que pueda despertar de volverse a repetir. Y quizás con un poco de suerte algo de lo vivido en ellas acabe formando parte de los recuerdos imborrables que acompañen al hijo una vez adulto, del niño o del adolescente que fue y del vínculo que tuvo con sus padres.
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