'Isadora a l’armari' o la fuerza liberadora del 'crossdressing'
Lo más sorprendente de este espectáculo es el trabajo de Oriol Guinart caracterizado por una interpretación extraordinariamente exagerada en la recitación del texto.
El reciente confinamiento ha actuado como espoleta en muchos órdenes de la vida. Es posible que a muchos les haya condenado a la inactividad y la galbana, pero también ha dado tiempo a otros para reflexionar y, desde su retiro recoleto, para seguir trabajando y creando. Es el caso de muchos escritores, a algunos de los cuales incluso ha servido de acicate e incluso de inspiración temática. Marc Rosich ha considerado que ese período claustrofóbico podía ser el marco más adecuado para situar un tema y unos personajes muy peculiares y enhebrar una historia que gira en torno al crossdressing, es decir, al travestismo.
En efecto, Isadora a l’armari es una apuesta arriesgada con la que el autor pone sobre el escenario el juego personal de un personaje que alcanza su plenitud cuando viste ropas de mujer. “La pieza -dice su autor y director- es una comedia con trasfondo negro, que muestra las necesidades de escapismo que todos tenemos mientras el mundo se desmonta en nuestro derredor, las estrategias de supervivencia que el nuestro magín ingenia para sobrevivir. La obra, con sus capas de ficción sobre ficción, adopta un lenguaje irónicamente afectado, que tanto bebe de los melodramas excesivos de un Williams o un Fassbinder, pero que también coquetea con un artefacto de intercambio de identidades y juego perverso que podría recordarnos en El amante pinteriano, pero también el travestismo farsesco de algunas piezas de Orton. La intención es, con un aparente tono de comedia, hacer un retrato desolador de unos personajes atrapados en un momento en el que todos nos sentimos puestos a prueba. Y todo, con la idea de que la promesa del “juntos saldremos adelante” y “saldremos mejores personas” fue sólo un espejismo ilusorio y que realmente hemos salido peor de lo que estábamos, con una sociedad en shock, más frágil y con menor capacidad de reacción ante las armas de control del poder”.
El espacio escénico del Teatro Akadèmia se transforma en el taller de un sastre que sueña transformarse en la réplica de Isadora Duncan y que permanece bajo el influjo de dos personajes próximos, su propio hermano y un vecino, ante los que trata de desenvolver los recovecos de esta secreta identidad pero que está condenado a no poder trasponerla más allá de las paredes de ese habitáculo.
Lo más sorprendente de este espectáculo es el trabajo de Oriol Guinart caracterizado por una interpretación extraordinariamente exagerada en la recitación del texto, muy alejada además de los apresuramientos a que tan acostumbrados estamos en estos últimos tiempos, con la que trata de exteriorizar los recovecos del alma atormentada y en buena medida binaria del personaje. Le acompaña, con una interpretación más comedida, Jordi Llordella. La ejecución del trabajo actoral es, por tanto, exigente y resulta brillante, particularmente en algunos momentos del desarrollo de la acción dramática. Una comedia -o por mejor decir una comedia dramática- que permite muchas lecturas y que sin duda habrá de llamar la atención.
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