Juan Diego Botto es García Lorca en “Una noche sin luna”
Juan Diego Botto se pone en la piel de Federico García Lorca para acercarnos los aspectos menos conocidos de la vida y obra del poeta, con la voluntad de encontrar lo que nos interpela y hacerlo vivo y actual.
Expectación en la sala grande del Teatro Nacional de Cataluña, llena hasta la bandera. Aparece Juan Diego Botto para anunciar que una demanda judicial imprevista impedirá representar la función que estaba programada: “Una noche sin luna”. Y se dispone a explicar al público las razones. Desciende al patio de butacas y poco a poco las va desgranando. En un momento determinado alude a la pretendida aplicación al texto del que es a la vez autor e intérprete del supuesto delito de “escándalo público” y entonces el espectador informado advierte que allí hay gato encerrado, porque esa figura deliciva hace años que desapareció. Lo confirma cuando dice que la causa de todo ello es el “Romance de la Guardia Civil” y entonces ya no hay duda de que la función se ha iniciado desde el mismo momento en que Botto ha puesto los pies en escena y de que quien está ahí, frente al respetable, no es el actor, sino la palabra y el alma de Federico García Lorca.
Porque, en efecto, “Una noche sin luna” es un monólogo sobre la vida del poeta y dramaturgo granadino, su peripecia personal en la Residencia de Estudiantes y en el Madrid del primer tercio del siglo XX, su identificación con la causa de los pobres -aunque Lorca nunca militó en partido alguno- y de los marginados -gitanos, homosexuales, etc-, los amigos y enemigos que tuvo y, en fin, su trágico final cuando fue ejecutado sumariamente en un acto al cabría aplicar aquello de dijo Talleyrand de la muerte del duque de Enghien: “fue peor que un crimen, fue un error”. Un error que persigue a lo largo de los siglos la memoria de quienes lo cometieron.
Juan Diego Botto está inspirado y dice el texto con una gama ilimitada de matices, pasando de la ternura a la rabia, desplazándose de un lugar a otro del espacio escénico con agilidad, bajando una y otra vez al patio de butacas, interpelando a uno y otro espectador imaginarios y, a veces, transformándose en personaje distinto con el fin discutir la figura de Lorca o el crimen que se cometió en Víznar. Todo ello durante casi dos horas, con la única ayuda de un buchito ocasional de agua.
Si la escenografía tiene un papel importante en cualquier obra de teatro, en “Una noche sin luna” deviene fundamental dentro de su aparente sencillez. Porque la inmensa boca del TNC está ocupada por una sencilla tarima inclinada que adquiere virtualidad cuando la pisa el actor, que la va recorriendo punta a cabo y levantando algunas de sus piezas, buscando cosas que enconde su interior -botas, arena…-, rodeándola con una cuerda, haciendo que la lamas que levanta se conviertan en el teclado de un piano o en un símbolo monumental. Y en un momento determinado, cuando el efecto luminotécnico lo marca, revelando los cadáveres que oculta, símbolo de los que quedaron sembrados en las cunetas de España durante nuestra fatídica guerra civil.
Con una dirección impecable de Sergio Peris-Mencheta, “Una noche sin luna” es un homenaje al gran poeta desaparecido, pero también a todos los “desaparecidos”, muchos de ellos todavía sin una tumba con su nombre. Y por encima de todo, un espectáculo lleno de imaginación, redondo, de los que pasarán a la historia del teatro.
Una coda final: después de haber estado recorriendo España durante dos años, esta función se va a representar en Barcelona únicamente dos semanas. Si queda alguna entrada para verla, apresúrense en comprarla.
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