“L’adversari”, un drama real novelado por Emmanuel Carrère y teatralizado entre susurros (Romea)

Un relato puntual de lo ocurrido realmente en 1993 cuando un personaje, con toda seguridad trastornado, que se llamaba Jean-Claude Romand ocultó su vida real, carente de todo interés y ambición, a su propia familia y creó una ficción de tal calibre que le llevó a buscar en la muerte de los que le rodeaban y en la suya propia la liberación de ese universo ficticio

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Una escena de L'adversari

 

Una escena de L'adversari
Una escena de 'L'adversari' / Pablo-Ignacio de Dalmases

Una clasificación formal de los géneros literarios suele distinguir entre obras de ficción y obras de no ficción. Cabría preguntarse si esta dicotomía es real porque es lícito dudar hasta qué punto el ensayista o el investigador no utilizan adecuada y racionalmente su imaginación y hasta dónde el narrador no hace uso de su propia experiencia personal o de algunos hechos y circunstancias que ha vivido o conocido. Se puede recordar en este segundo supuesto el ejemplo de Truman Capote, que convirtió el relato periodístico en crónica novelada en “A sangre fría” y lo mismo cabe decir del escritor francés Emmanuel Carrère, que realizó una tarea análoga en algunas de sus obras, como fue el caso concreto de “El adversario”. Un relato puntual de lo ocurrido realmente en 1993 cuando un personaje, con toda seguridad trastornado, que se llamaba Jean-Claude Romand ocultó su vida real, carente de todo interés y ambición, a su propia familia y creó una ficción de tal calibre que le llevó a buscar en la muerte de los que le rodeaban y en la suya propia la liberación de ese universo ficticio. Con la particularidad, nada infrecuente en tales casos, de que el asesino falló cuando de lo que trataba era de suicidarse.

 

En torno a este suceso real Carrère elaboró un texto literario que ha adquirido justificado prestigio y que fue convertido en película por Nicole García en 2002. Marc Artigau, Cristina Genebat y Jorge Manrique lo han traducido al catalán y adaptado al teatro en un montaje que ha dirigido este último y que se ha presentado en el teatro Romea con el título de “L’adversari”.

 

La multiplicidad de personajes y de escenarios en los que se desarrolla la vida ficticia del protagonista, que adquieren plena expresión en el lenguaje cinematográfico, han sido reducidos en esta versión teatral a un único espacio escénico en el que se mueven tan solo dos actores: Carles Martínez, el falso doctor que asesina a su familia y Pere Arquillué, a quien corresponde el difícil trabajo de desdoblarse una y otra vez en diferentes identidades para dar la réplica al protagonista en cada situación. El espectador debe imaginar cada uno de los escenarios donde discurre la acción mediante el simple movimiento de un tresillo con ruedas y algunos muebles de salón complementarios sobre el que se sientan, acuestan o mueven ambos intérpretes, así como en la utilización de algunos elemento audiovisuales.

 

Arquillué y Martínez no han tenido una tarea fácil. El primero, por la obligada caracterización que tiene que hacer de cada personaje según el momento concreto de la acción dramática, sin cambiar de vestimenta, ni de aspecto externo; el segundo, porque tiene que dar vida a un personaje desequilibrado que ha sido durante todos su vida intérprete todo hace pensar que convincente de una ficción capaz de engañar a sus más allegados. Hay que decir que tanto uno como otro salen muy bien librados con una ejecución magistral de sus respectivos roles en los que saben poner en cada momento las dosis necesarias de emoción, crudeza, insensibilidad o arrepentimiento.

 

Dicha interpretación queda, sin embargo, atemperada por una dicción ¿impuesta o solo tolerado por el director? de tono extraordinariamente bajo, en especial en el caso de Martínez/Romand cuando expresa sus sentimientos más profundos y lo hace de espaldas al público, con lo que resulta casi ininteligible su discurso. En el caso de Arquillué, se le oye mejor, aunque no siempre desde luego. Y lo dice un espectador de la quinta fila, ¡qué no habrá pensado el que se sentó en una localidad del segundo anfiteatro del Romea!

 

Es verdad que ya no son tan frecuentes aquellas salas teatrales inmensas que obligaban a los artistas a interpretar sus papeles a gritos, pero en todo caso hay que exigir que lo que dicen sea correctamente escuchado desde cualquier punto de la sala. Un consejo a directores. En el ensayo general, colóquense en la última fila del patio de butacas. O si hay antiteatro, en el más elevado. Así podrán valorar la inteligibilidad de lo que se dice sobre el escenario. No estará de más que tengan muy presente lo que dijo otro director ilustre llamado Luis Escobar: que los espectadores de la última fila o anfiteatro también pagan su entrada y tienen derecho a entenderla perfectamente. 

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