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A través de una combinación de acción dramática, testimonios audiovisuales y una encuesta interactiva, la obra busca impactar al espectador y generar conciencia sobre la magnitud del problema.
La moral social es un concepto, en cambio, constante cuya evolución depende en buena medida de la forma en que los grupos humanos van adquiriendo conciencia de la necesidad de profundizar en el respeto a las personas, sea cual fuere su origen, sexo o condición. Durante milenios se ha considerado algo natural que la mujer ejerciese un papel vicario con respecto al varón, pero en los dos últimos siglos se ha ido produciendo un cambio, sin duda excesivamente lento pero imparable, que ha acabado con el pleno reconocimiento de la igualdad de uno u otro sexo, al menos en nuestro mundo, que no en todas partes. Y ello ha producido como consecuencia que conductas que antaño se aceptaban o toleraban han quedado descalificadas y condenadas.
El ejemplo más claro es el del abuso sexual que se venía ejerciendo ancestralmente sobre la mujer, un hecho que, que por lo general, quedaba oculto en la intimidad de la vida familiar o de la pareja y que en la actualidad no solo es un hecho rechazable, es sencillamente una conducta delictiva.
Ahora bien, esto no significa que haya desaparecido, y de ahí la necesidad de desarrollar una denuncia constante de situaciones de tal tenor. Bárbara Mestanza ha utilizado para ello el teatro con el espectáculo titulado “Sucia” que se presenta en la sala Akadèmia.
La autora ha jugado con varios elementos. Por una parte, una acción dramática que se desarrolla en el centro del espacio escénico y que tiene a ella misma como protagonista, acompañada de Pep Ambrós. Por otra, un amplio referente audiovisual en el que se ofrece un amplio abanico de entrevistas con personas que hablan de este tema, bien como expertos, bien como sujetos pacientes, bien como meros ciudadanos. Y finalmente una encuesta en la que son invitados a participar de forma virtual los espectadores a su llegada a la sala y cuyo resultado va apareciendo en pantalla.
Todo ello hace que “Sucia”, a diferencia de lo que ocurre habitualmente en el teatro, no sea una ficción dramática más o menos afortunada, sino un verdadero documental escénico y, a la vez, una forma de protesta con la que Mestanza trata de visibilizar el problema con toda evidencia subsistente y revolver el estómago del espectador. Algo de cuya magnitud da prueba la encuesta que citamos al principio y de la que solo hemos retenido un último dato.
El día en que asistimos a la función, 23 personas de las presentes en la sala confesaron haber padecido o conocidas sevicias de este tipo. Lo que, habida cuenta el aforo del Akadèmia, da como resultado un porcentaje harto preocupante.
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