El regreso de Paz Padilla al Teatro Apolo
Reseña del estreno teatral protagonizado por la polifacética andaluza
El monólogo es la prueba de fuego para cualquier artista y más aún en el teatro cuando el actor o actriz tienen que situarse cara a cara frente al público sin más arma que la de su palabra. Así lo hace Paz Padilla, una figura emblemática y conocida que ha reaparecido en el teatro Apolo de Barcelona con “El humor de mi vida”.
Si el título de un espectáculo constituye una pista sobre su tónica, el que ha escogido Paz para su monólogo resulta de todo punto adecuado. Porque la principal herramienta que utiliza es precisamente la del humor, lo que le permite desgranar los pormenores de su propia existencia personal con un sobresaliente ejercicio de espontaneidad y dominio del escenario. La única apoyatura que dispone es el acompañamiento de la música de Juan Fernández de Valderrama, Materia Prima, que subraya el discurso verbal de la protagonista, autora, claro está, del libreto con la colaboración de Paco Gómez Padilla y Pablo Barrera y la dirección de este último.
La actriz sigue un itinerario personal que ya explicó en un libro del mismo título en el que relató su evolución desde un modesto trabajo inicial en la sanidad pública gaditana a su transformación en una actriz conocida, famosa y celebrada. Tras las bambalinas de esta carrera, que bien puede calificarse de exitosa, no faltan algunos claroscuros personales asumidos con dolor, como la pérdida de Antonio, su gran amor, experiencia ciertamente traumática que, si es complicado superar, mucho más difícil aún es tratar de manifestarla por escrito y aún después con la palabra, algo que Padilla hace orillando con maestría el peligro de caer en la lágrima fácil.
En unos tiempos en que nos hemos acostumbrado a espectáculos teatrales que raramente superan los noventa minutos, las dos horas compartidas con Paz desde el patio de butacas del Apolo resultan tan gratificantes que el tiempo pasa en un suspiro. No es fruto del azar, sino la consecución de una estrecha comunión de la actriz con el público, algo que, de principio a fin, constituye un ejemplo magistral de dominio de la escena, sinceridad y honestidad personal.
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