Calderón de la Barca, en el Romea con la Compañía Nacional de Teatro Clásico

Lluís Homar dirige una visión imaginativa y brillante de “El gran teatro el mundo” con música de Xavier Albertí

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Un momento de la obra de teatro. Foto: Romea

 

“Obra bien que Dios es Dios” dice y repite Calderón de la Barca en una de las tres obras más representativas de su creación dramática: el auto sacramental “El gran teatro del mundo” que, en producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y dirección de Lluis Homar, llega al teatro Romea. Una nueva visita de esta formación artística que se ha convertido ya en habitual pues es la cuarta o quinta temporada en que acude al local de la calle del Hospital para presentar sus últimas producciones.

Vamos a tratar de comentar este montaje desde diversos puntos de vista. El primero, acaso el más manido, pero no menos importante, el ideológico. Hemos recordado su condición de auto sacramental, un género que parecerá a algunos obsoleto, pero no es tal. Ciertamente los autos eran obras de alto contenido religioso que trataban de interpretar los textos y/ o dogmas sagrados de forma accesible al pueblo llano y que incluso se representaron con harta frecuencia en las iglesias. En este caso Calderón lo hace en consonancia con el pensamiento de su época y contexto geográfico, es decir, la España del siglo XVII en la que se había implantado la plena vigencia de la Contrarreforma, de cuyos sistema de ideas y valores quiere el autor ser tributario. De ahí la frase más emblemática que el personaje principal de la obra repite una y otra vez: “Obra bien que Dios es Dios”. Es decir, que la fe no es suficiente, como sostuvieron los reformadores, sino que debe ir acompañada de las obras, un mensaje que no ha perdido su vigencia.

En segundo lugar, sobresale el lenguaje utilizado por el autor madrileño, un castellano de la Edad de Oro pulcro, sonoro, bellísimo, que salvo en algunos giros y expresiones, suena como perfectamente contemporáneo y que, a mayor añadidura, encuentra expresión feliz en los componentes de la Compañía Nacional que lo “dicen” con meridiana claridad, en el tono adecuado y sin una sola duda o sobresalto.

Viene luego la puesta en escena de esta obra que por conocida tal parece que resulta punto menos que imposible innovar. Pues bien, en este caso se consigue merced a la caracterización original de cada uno de los personajes, un movimiento escénico libre de fronteras porque se desarrolla tanto sobre el escenario como desde el patio de butacas, los palcos o el anfiteatro y el coprotagonismo de la música de percusión que se subraya adecuadamente cada momento de la acción dramática.

Todo ello ha sido obra de dos profesionales de teatro catalanes. Por una parte, Lluis Homar, director de la compañía nacional y de este montaje que ha actuado con absoluta libertad e incluso ha revolucionado la identidad de género, transformando en femeninos personajes que tradicionalmente estaban representados por hombres (en esta obra hasta siete sobre tres varones). Por otro, Xavier Albertí, responsable de la música, que ejecuta con admirable maestría el percusionista Pablo Sánchez.

“El gran teatro del mundo” es de por sí una obra imprescindible que hay que ven más de una vez en la vida para dejarse seducir por la belleza del verbo calderoniano. Y en este caso, para disfrutar además de un montaje imaginativo y brillante.

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