“Plaer culpable” o el riesgo de revelar secretos de alcoba
Lara Díez propone un divertimento teatral en el que enfrenta el teórico progresismo con la realidad (Goya)
La relación de pareja es un excelente eje temático que tiene en la comedia uno de sus mejores vehículos de expresión cuando se busca un tratamiento ligero y alejado de dogmatismos y se adapta sin dificultad al lenguaje propio de cada momento. Y así los autores se han ido adaptado y han pasado de aquellas comedias románticas de antaño, tributarias de los prejuicios morales y los condicionamientos sociales de la época a describir situaciones en las que se expresan unos modos y formas de actuar mucho más desinhibidos y en los que el sexo se expresa abiertamente y sin tapujos. Tal cual ocurre con “Plaer culpable” (Teatro Goya) en donde Lara Díez optimiza en beneficio de la producción las tradicionales comedias “de matrimonios” de cuatro personajes porque en este caso solo hay dos, es decir, que desarrolla el eje argumental en torno a una única pareja, aunque aparecen algunos otros más si bien ocasionalmente y en pantalla.
Díez describe el momento en que dos amantes deciden celebrar el quinto aniversario de su relación, evento que se produce cuando ella está embarazada y próxima a dar a luz a su primera criatura. La ocasión parece propicia para que ambos decidan abrir sin temor sus corazones y se sinceren, arriesgándose a explicar intimidades que habían mantenido ocultas hasta ese momento, lo que supone “abrir el melón” de lo inesperado y constituirá una verdadera prueba de fuego que pondrá a prueba la solidez de la relación en el momento en que asome el único conflicto importante en este tipo de relación que es el referido a la fidelidad. Ello da pie a la autora a describir situaciones morbosas que el texto dramático describe sin reparos aunque con sentido del humor que los dos intérpretes, Mar Ulldemolins y Francesc Ferrer, traducen en palabra, gestos y actitudes con los que acentúan el carácter desmelenado de la situación.
“Plaer culpable” no es una obra de tesis, sino un divertimento teatral que pretende entretener al público y suscitar su sonrisa, cuando no incluso la risa cómplice. Pero ello no impide que asomen también algunos interrogantes. El primero, qué es lo que ocurre cuando un pensamiento teóricamente progresista no casa exactamente con la conducta personal. Y el segundo ¿constituye el sentido de culpabilidad un peaje inevitablemente asociado al placer? ¿Quién no se lo ha planteado en alguna ocasión? El que esté libre de culpa, que tire la primera piedra.
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