¿Por qué se desvincula el Sónar de su principal accionista?

El festival responde al boicot por los vínculos de KKR con Israel

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Sónar se desmarca de su principal accionista tras el boicot por vínculos con Israel. Recorte: Sónar

 

El Festival Sónar ha salido al paso de la creciente presión internacional del movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) y de los llamamientos al boicot tras conocerse la vinculación de su principal accionista, el fondo estadounidense KKR, con inversiones en empresas tecnológicas israelíes. En un comunicado emitido este martes, el Sónar ha querido marcar distancias de forma tajante: "Nos desvinculamos de cualquier acción de KKR".

 

 

El mensaje llega en un contexto especialmente tenso. Desde hace semanas, el movimiento BDS —inspirado en el activismo contra el apartheid sudafricano— viene señalando a los macroeventos culturales financiados por KKR por su presunta complicidad con el conflicto en Palestina. El Sónar, una de las grandes citas internacionales de la música electrónica, se ha visto directamente afectado, con más de un centenar de artistas firmando un manifiesto que exige al festival romper vínculos con el fondo.

Entre los firmantes figuran figuras destacadas como la artista venezolana Arca, el británico Hamdi o Fever Ray, antiguo integrante de The Knife. Todos ellos reclaman que el Sónar "se distancie de las inversiones cómplices de KKR" y adopte las directrices éticas del movimiento BDS.

 

El vínculo con KKR: una relación indirecta pero polémica

Para entender el origen de esta controversia, hay que remontarse a junio de 2024, cuando KKR adquirió el grupo Superstruct Entertainment, propietario de la mayoría accionarial del festival Sónar, además de otros eventos como el Brunch Electronik o el FIB (Festival Internacional de Benicàssim).

Superstruct había entrado en el accionariado del Sónar en 2018, a través de la firma Providence. Con la compra por parte de KKR, el festival barcelonés pasó a estar bajo el paraguas de uno de los fondos de inversión más grandes del mundo, con sede en Nueva York y fuertes intereses en sectores como la ciberseguridad, la tecnología o el inmobiliario, entre otros.

Según diversas organizaciones de derechos humanos, como el Centro de Asistencia Legal y Derechos Humanos de Jerusalén (JLAC), KKR mantiene vínculos con empresas activas en territorios ocupados palestinos, una acusación que ha desatado protestas internacionales.

 

Sónar reafirma su independencia y compromiso ético

Ante la polémica, el equipo del Sónar ha querido dejar clara su postura. En su comunicado, aseguran no tener “ingerencia ni, por supuesto, ningún control sobre las inversiones o decisiones” de KKR y subrayan que la independencia del festival sigue siendo total, tanto en su línea artística como en su gestión y valores.

Además, han expresado su solidaridad con la población civil palestina, atrapada en lo que califican como una "catástrofe humanitaria en Gaza". También han extendido esa solidaridad “a todas las personas que sufren las consecuencias de la violencia y la vulneración de derechos humanos en el mundo”.

Desde la organización reivindican el Sónar como “un terreno de libertad creativa” y “una herramienta de transformación social al servicio de artistas y pensadores/as”. Y concluyen con una declaración contundente: “Sónar es un festival de todos, no sujeto a las siglas de nadie”.

 

¿Y ahora qué?

La polémica pone en evidencia una realidad cada vez más frecuente en el panorama cultural global: la tensión entre la financiación privada de los grandes eventos y la exigencia ética de artistas y públicos. El caso del Sónar ilustra cómo las decisiones corporativas de los grandes fondos internacionales pueden tener un impacto directo en la cultura local, incluso cuando los festivales no participan activamente en esas decisiones.

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