El legado de Eduard Toda, el diplomático que coleccionaba mundos
Fue un catalán universal que supo ver en cada objeto una historia, y en cada historia, un mundo. Su figura interpela al presente
Eduard Toda i Güell (1855-1941) fue mucho más que un diplomático o un erudito. Fue un viajero incansable, orientalista apasionado y, sobre todo, un coleccionista de almas culturales. Su vida fue un mosaico de saberes, lenguas y objetos, entretejidos con la voluntad de preservar lo que otros olvidaban. Su colección, diseminada hoy entre museos y bibliotecas, es testimonio de un hombre que entendió el coleccionismo como un acto de memoria, un deber con el pasado y una ofrenda al futuro.
Nacido en Reus, en una familia acomodada, Toda pronto mostró un interés desbordante por las humanidades. Su carrera como diplomático —con destinos tan exóticos como Egipto, China y el Reino Unido— no fue un obstáculo, sino la vía perfecta para convertirse en un pionero de la museología moderna y uno de los primeros orientalistas catalanes. Allí donde iba, buscaba más que lo pintoresco: reunía libros raros, manuscritos, esculturas, objetos religiosos y piezas arqueológicas, no con el ánimo de poseer, sino de entender.
Su paso por El Cairo marcó un punto de inflexión. Toda fue uno de los primeros europeos en interesarse por la cultura copta y en adquirir objetos de valor arqueológico egipcio. En esa etapa forjó también una amistad con el egiptólogo Gaston Maspero, y su labor en Egipto le permitió colaborar con instituciones europeas para el estudio y conservación de antigüedades.
El coleccionismo de Toda fue inseparable de su visión ilustrada. Consciente del riesgo de la pérdida patrimonial —ya fuera por el expolio colonial o el desinterés institucional—, donó en vida una parte sustancial de sus colecciones. Fue benefactor de la Biblioteca de Catalunya, el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), el Museu d’Arqueologia de Catalunya y el Institut d’Estudis Catalans. Su legado en estos centros es inmenso: desde estelas funerarias egipcias hasta manuscritos chinos, desde arte gótico catalán hasta cerámica popular.
También fue clave en la recuperación del monasterio de Poblet, al que consagró los últimos años de su vida. Toda se retiró allí en los años 30 y promovió su restauración, así como la creación de un archivo monástico. Su labor fue tan profunda que, a su muerte, en 1941, fue enterrado en el propio recinto, como un monje laico de la memoria.
Hoy, Eduard Toda es recordado como una figura puente entre culturas y siglos, un catalán universal que supo ver en cada objeto una historia, y en cada historia, un mundo. Su figura interpela al presente: ¿coleccionamos para guardar, o para compartir? Toda lo tuvo claro: coleccionar era custodiar la herencia de la humanidad.
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