“Elijo vivir”, un monólogo danzario de Josué Vivancos (La FACT)
El bailarín reusense explica su asendereada peripecia vital en un espectáculo de singular belleza y rigurosa perfección técnica
Recuerdo hace algunos años haber entrevistado a un grupo de los miembros de la familia Vivancos con motivo de su presentación en Barcelona. Conocí entonces una saga atípica puesto que estaba formada por un una cuarentena de hijos del mismo padre, algunos de cuyos miembros se caracterizaban por cultivar un flamenco mestizado con técnicas clásicas en un melting pot de impecable perfección y cuya vitalidad genética se acompaña, en el caso de Josué, de una excelente formación académica merced a su paso por la Real Conservatorio de Danza de Madrid.
Dicho artista describe en “Elijo vivir”, que se presentó en LaFACT de Terrassa, su asendereada peripecia personal y utiliza a ese fin la herramienta que domina con mayor soltura: la danza. El resultado es una verdadera autobiografía en la que el relator renuncia a transmitir su mensaje utilizando la palabra porque prefiere hacerlo con el discurso que emana de su propio cuerpo y del movimiento. Josué es el autor, intérprete y coreógrafo de un “monólogo” cuyo único protagonista solo cede en su soledad al final para culminar la función en compañía de su propia hija. Ahora bien, con el fin de conducir al espectador por el itinerario de una vida personal rica en saberes, pero también en sinsabores, la rapsodia Nuria Serra hilvana puntualmente los diferentes bailes y los engarza con la vida de Vivancos mediante su inspirado verbo.
Habida cuenta que cualquier monólogo convencional exige de su intérprete un esfuerzo sobrehumano, qué decir cuando se expresa en forma de danza. Josué Vivancos es muy consciente de ello y de ahí que cada uno de los bailes que con forman el espectáculo adquiera personalidad propia transmutando el relato de sus experiencias y recuerdos en un ejercicio de singular belleza cromática y elevado mensaje poético. Resulta, por consiguiente, difícil distinguir entre esta o aquella pieza, aunque no nos resistimos a destacar el taconeado “a capella” que ejecuta sin música porque el silencio eleva al máximo la tensión que transmite.
En “Elijo vivir” hay momentos de interiorización, de rabia, de pasión, pero también de complicidad con el público -Josué baja al patio de butacas para conectar directamente con algunas espectadores- y finalmente de ternura, cuando aparece y comparte excepcionalmente el escenario con su hija, cuya llegada al mundo fue, a juzgar por lo que explica, el bálsamo con el que pudo curar heridas muy personales.
Hora y media en la que Josué Vivancos permanece “solo ante el peligro” para dar todo lo que es capaz de transmitir con su pies, su cuerpo y su mente.
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