“El Tenoriu” desde el gallinero
Una charlotada teatral a costa de Zorrilla pero con todo el “papel” vendido
Confieso que no había visto una función de teatro sentado en el gallinero desde que en mi juventud -¡ay! algo lejana…- acuné la afición por las artes escénicas haciendo de “claque”. La “claque”, en lenguaje vulgar la “claca, era un grupo de espectadores que accedía a las salas teatrales con un vale de favor, se sentaba en el “gallinero” y disfrutaba de la función con el único compromiso de aplaudir cuando el responsable de aquella tropa lo indicase. Estaba formado por jubilados y estudiantes -a la sazón todos hombres- entre los que había clases. No eran los mismos quienes ejercían de claca en el Liceo, que los que cumplían dicha función en los teatros “en verso” del Ensanche y mucho menos con los que frecuentaban los del Paralelo y sus aledaños. Estos últimos eran sin duda los más sufridos, porque tenían que romperse las manos una y otra vez aplaudiendo cada aparición de la supervedete o de alguna otra suripanta que “engrasase” con oculto estipendio al jefe de claca.
Hecho este exordio les contaré que no había vuelto a pisar el gallinero de un teatro hasta que me entregaron una entrada de ”anfiteatro B” (elegante argucia para indicar el gallinero) con el fin de asistir a la representación de “El Tenoriu”, lo que, analizado con frialdad, me pareció una pertinente alegoría de lo que algunos piensan del lugar que merecemos ocupar los periodista, siempre cacareando. Como el Coliseum es un teatro de los de antes, con palcos y varios pisos, esto quiere decir que disfruté de la función desde “las alturas” porque la sala estaba llena a rebosar de gente que, cabe suponer, había pagado religiosamente su entrada. Como cada cosa tiene sus pros y sus contras reconozco, en honor a la verdad, que, pese a la lejanía del escenario, escuché correctamente la voz de los intérpretes gracias a un adecuado servicio de megafonía, lo que no se puede decir hoy de muchos teatros en los que es imposible entenderles es aunque estés sentado en las primeras filas.
Y de “El Tenoriu” ¿qué? Bueno, cabría decir que de lo que escribió el escritor pucelano en dos actos y numerosos cuadros y con una veintena de personajes queda, en el caso que nos ocupa, un texto de setenta y cinco minutos a cargo de cinco intérpretes, uno de ellos haciendo doblete y otro acarreando varios muñecos con el fin de dar sensación de mayor presencia humana, ambientado con parvos elementos escenográficos e interpretado con un lenguaje generoso en injertos en catalán, morcillas y alusiones mordaces a situaciones o personajes de actualidad.
Cabría preguntarse entonces su relación con “Don Juan Tenorio” y quizá no sería arriesgado aplicar una alegoría taurina, de modo que su relación con el teatro es análoga a la de aquellas charlotadas -hoy prohibidas- con la lidia. Ello no es óbice para que la expectación levantada haya sido de tal tenor que no solo se agotaron las entradas para el reestreno, sino que el “papel” ya se haya vendido para el resto de la temporada. Habida cuenta que el costo del montaje cabe suponer austero, el cuadro de intérpretes parvo y que Zorrilla hace tropecientos años que no devenga derechos de autor, el resultado económico de la iniciativa puede presumirse brillante.
Eso sí, a costa del buen Zorrilla que, para colmo, y pese a haber vivido unos años de su vida del siglo XIX en una zona que hoy forma parte de la ciudad -el entonces municipio independiente de Sarriá- fue descabalgado del callejero barcelonés cuando el ayuntamiento purgó todos los nombres asociados con el franquismo, condición que cabe razonablemente dudar del ilustre dramaturgo.
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