El Madrid lo vuelve a hacer en Champions contra el Atleti: clasificación agónica (y afortunada) en la tanda de penaltis
El inglés Gallagher igualó la eliminatoria en el segundo 30 del partido, pero no hubo más goles ni en los 90 minutos ni en la prórroga
En una noche teñida de pasión y emociones no aptas para cardíacos, el Real Madrid fue de nuevo verdugo implacable para el Atlético de Madrid en Europa. Fue una batalla a vida o muerte, de esas que se escriben con el sudor y la sangre de los hombres, y que terminó con los blancos alzándose, una vez más, desde el abismo de los once metros. Rüdiger, con la serenidad de un monje guerrero, selló el pase a cuartos de final tras una tanda que heló al bullicioso Metropolitano.
No bastó el rugido de la grada, ni el fervor que empapaba cada palmo de césped. Tampoco bastó el gol relámpago de Conor Gallagher, que en apenas 28 segundos encendió la chispa de la esperanza rojiblanca. Un tanto de cazador furtivo, fruto de la presión incansable de Julián Álvarez y la precisión quirúrgica de Rodrigo de Paul. Gallagher llegó antes que Valverde al punto fatídico y empujó la pelota a la red. El 1-0 alimentaba el sueño de una remontada casi imposible.
El Atlético, fiel a su esencia, eligió resistir. Se parapetó atrás como un ejército espartano, dejando el campo al Real Madrid, que buscaba sin descanso el desequilibrio en Vinícius Jr. El brasileño retaba una y otra vez a Marcos Llorente, mientras Mbappé, bien custodiado, esperaba su momento para romper el equilibrio.
La 'Araña' Álvarez fue un tormento para la defensa blanca. Se multiplicaba por todo el frente de ataque y obligaba a Courtois a justificar su leyenda. Hasta dos veces estuvo a punto de hacer estallar el estadio antes del descanso, pero el guardameta belga se interpuso como un muro imposible de derribar.
El descanso no cambió el guion: el Real Madrid tocaba y tocaba, en un dominio estéril que solo generaba disparos lejanos sin veneno. Tchouaméni probó desde su casa sin éxito y Modric tejía posesiones interminables que morían sin gloria. Pero el fútbol es cuestión de detalles, y en uno de esos detalles el partido pudo haber cambiado para siempre.
Fue en el minuto 67, cuando Camavinga robó en su área y lanzó un contragolpe relámpago. La pelota cayó en los pies de Mbappé, que encaró con fiereza, se internó en el área y provocó un penalti claro al ser derribado por Lenglet. La ocasión era de oro. El Metropolitano contuvo el aliento mientras Vinícius tomó la responsabilidad. Su disparo, sin embargo, se fue a las nubes. Un lamento desgarrador cruzó la capital, mientras los rojiblancos se aferraban a su vida como un náufrago a la tabla.
El partido se fue a la prórroga con el orgullo colchonero intacto. El Atlético, agotado pero heroico, buscó el segundo con las últimas fuerzas. Sorloth se convirtió en el faro al que dirigir todos los centros, mientras Correa y Samu Lino apuraban los contragolpes. Courtois, gigante otra vez, negó el gol a Correa y a Sorloth en el tiempo extra. El Madrid también tuvo las suyas, pero las piernas pesaban y los remates no llegaban a buen puerto. Ancelotti miraba el reloj; el Cholo invocaba a la épica.
Y así llegó la ruleta rusa de los penaltis. El silencio sepulcral dio paso al drama supremo. Julián Álvarez fue el primero en errar. Golpeó al balón dos veces en su disparo y, aunque marcó, el gol fue anulado. Llorente, que cargaba la responsabilidad, estrelló el suyo en el travesaño. El Madrid, infalible, aguardaba su momento. Rüdiger caminó hacia los 11 metros, con la misma calma con la que dio el pase a su equipo contra en Manchester City un año antes. Golpe seco, balón adentro. Silencio absoluto. Victoria blanca.
El Real Madrid sobrevive. No brilló como otras noches, pero resiste. Su oficio y su sangre fría en el momento final le conceden el pase a cuartos de final de la Liga de Campeones. El Atlético, digno y valiente, vuelve a caer ante su mayor sombra.
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