El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha firmado una orden ejecutiva que sacude el tablero del comercio mundial. A partir del 7 de agosto, más de 67 países enfrentarán nuevos aranceles a sus exportaciones hacia EE.UU., con tasas que oscilarán entre el 10% y el 41%. La medida, justificada como un intento por “restaurar la soberanía económica”, apunta tanto a adversarios estratégicos como a socios tradicionales, y amenaza con desencadenar represalias globales.
La nueva política arancelaria no es uniforme. El gobierno ha diseñado un sistema escalonado que clasifica a los países según el volumen del déficit comercial que mantienen con EE.UU. y su grado de alineación política con Washington. Sin embargo, las cifras revelan una lógica menos transparente: Siria, Myanmar, Laos y Suiza encabezan la lista con tarifas superiores al 39%, pese a su peso relativo menor en el comercio global. Canadá, por su parte, ha sido duramente sancionada con un incremento del 35% —fuera del marco del tratado USMCA— por lo que Trump ha calificado a los canadiensoes como una “falla grave” en la cooperación contra el narcotráfico.
En cambio, aliados como Japón, la Unión Europea, Corea del Sur, Indonesia y Filipinas han logrado pactos de último minuto para reducir el impacto, manteniendo sus aranceles entre el 15% y el 19%. México, por su parte, ha obtenido una prórroga de 90 días para evitar las tarifas mientras continúan las negociaciones.
Desde la Casa Blanca, Trump ha defendido la medida como parte de su ofensiva para reducir la dependencia externa y proteger la industria nacional, un mensaje que se alinea con su estrategia de campaña de cara a las elecciones. Pero los efectos colaterales ya generan inquietud. Expertos advierten sobre un posible encarecimiento de productos importados, tensiones en las cadenas de suministro y represalias comerciales por parte de los países afectados.
Además, la decisión estadounidense vuelve a desafiar el papel de organismos multilaterales como la OMC y pone en entredicho la validez de acuerdos regionales previamente negociados. Para los analistas, más allá de lo económico, Trump está utilizando los aranceles como instrumento geopolítico: castiga a gobiernos “desleales” y premia a quienes ceden ante la presión estadounidense.
Así pues, el nuevo esquema arancelario no solo reconfigura las relaciones comerciales, sino que inaugura una etapa más agresiva del proteccionismo norteamericano.
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