El legado nuclear que todavía mata: una verdad escondida durante décadas

Exposición, cáncer y secretos gubernamentales: las generaciones afectadas por las pruebas nucleares todavía pagan un precio altísimo

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Bomba nuclear   CANVA
Bomba nuclear - CANVA

 

Mary Dickson, nacida y criada en Salt Lake City, Utah, forma parte de una generación conocida como “downwinders”: personas que vivieron a sotavento de las zonas donde Estados Unidos realizaba pruebas nucleares durante las décadas de 1950 y 1960. Cuando era escolar, aprendió a “agacharse y cubrirse” en caso de una guerra nuclear, una práctica que le parecía completamente inútil. Sin saberlo, mientras aplicaba estas técnicas de seguridad, las bombas atómicas se detonaban en Nevada y la lluvia radiactiva llegaba a su vecindario.

Los efectos de esa exposición fueron devastadores. Mary ha sufrido cáncer de tiroides, su hermana mayor murió de lupus a los 40 años, su hermana menor tiene cáncer intestinal que se ha extendido a otros órganos, y sus sobrinas también han desarrollado problemas de salud. En su barrio de cinco calles, contó 54 personas con enfermedades graves relacionadas con la radiación: cáncer, enfermedades autoinmunes, defectos congénitos y abortos espontáneos.

Según la Agencia de Protección Ambiental de EE. UU., la exposición a la radiación incrementa de manera directa el riesgo de desarrollar cáncer, especialmente cuando la dosis es elevada. Cuanta más radiación se absorbe, mayor es el riesgo.

La era nuclear: un inicio devastador

La era nuclear comenzó hace 80 años con las bombas de Hiroshima y Nagasaki, que provocaron la muerte instantánea de más de 110.000 personas. Estas detonaciones marcaron el inicio de la Guerra Fría, una carrera armamentística global en la que EE. UU., la Unión Soviética, Reino Unido, Francia y China compitieron por desarrollar armas cada vez más potentes.

Entre 1945 y 1996 se realizaron más de 2.000 pruebas nucleares a nivel mundial. Los lugares elegidos solían ser remotos, pero a menudo estaban habitados por poblaciones locales que desconocían por completo los riesgos. La lluvia radiactiva generada por estas pruebas afectó tierras, agua, alimentos y personas, con efectos que aún se perciben hoy.

La devastación en Estados Unidos: Nevada y las Islas Marshall

EE. UU. realizó pruebas principalmente en Nevada y en las Islas Marshall. Las pruebas sobre superficie y atmosféricas dejaron a miles de residentes expuestos a radiación tóxica. Según estudios del National Cancer Institute (NCI), entre 1951 y 1962, las pruebas en Nevada habrían generado entre 11.300 y 212.000 casos adicionales de cáncer de tiroides a lo largo de la vida de la población expuesta.

En las Islas Marshall se realizaron 67 pruebas entre 1946 y 1958, con una potencia total equivalente a 7.232 bombas de Hiroshima. Cinco islas fueron destruidas parcial o totalmente y algunas zonas continúan contaminadas con isótopos radiactivos. La bioacumulación de cesio-137 en alimentos como cocos y cangrejos cocoteros evidencia que la radiación aún está presente, con un impacto directo sobre la seguridad alimentaria.

Un legado internacional: Semipalatinsk, Francia y Reino Unido

La Unión Soviética llevó a cabo más de 450 pruebas en Semipalatinsk, Kazajistán, entre 1949 y 1989. Las tasas de mortalidad por cáncer y mortalidad infantil fueron significativamente más altas que en otras regiones. Aigerim Seitenova, investigadora kazaja, relata cómo varias generaciones siguen sufriendo problemas de salud, incluidos los descendientes de cuarta o quinta generación de los afectados.

Francia y Reino Unido también expusieron a poblaciones locales a la radiación sin informarles adecuadamente. Francia solo reconoció parcialmente los efectos de sus pruebas en Argelia y Polinesia Francesa en 2010 y ha otorgado indemnizaciones mínimas. Reino Unido ofrece compensaciones limitadas a los veteranos, pero las organizaciones de defensa de derechos humanos insisten en que los exmilitares y sus descendientes aún padecen consecuencias sanitarias y psicológicas.

Impactos sanitarios y psicológicos duraderos

Mary Dickson describe el impacto psicológico como devastador: “No puedo imaginar cuántos amigos he tenido y cuyos cánceres han regresado. El daño psicológico no desaparece. Todo el tiempo te preguntas si cada bulto o dolor es la reaparición del cáncer”. Las víctimas siguen viviendo con miedo constante e incertidumbre sobre su salud, décadas después de las detonaciones.

Ajuste de cuentas y compensaciones

En Estados Unidos, más de 27.000 personas expuestas a la radiación han recibido compensaciones que superan los 1.300 millones de dólares, según la Ley de Compensación por Exposición a la Radiación (RECA). Kazajistán incluyó a 1,2 millones de personas en un programa de compensación, con acceso a servicios sanitarios y ayudas financieras. Sin embargo, muchos afectados consideran que las compensaciones son insuficientes frente a la magnitud de los daños.

La Guerra Fría nunca terminó

Aunque las pruebas nucleares se detuvieron hace décadas, las consecuencias continúan. Mary Dickson afirma: “Para nosotros, la Guerra Fría nunca terminó. Seguimos viviendo con sus consecuencias, físicas y psicológicas”. La era nuclear ha dejado un legado humano y ambiental que todavía afecta a millones de vidas en todo el mundo.

 

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