La colonización neerlandesa de Indonesia incurrió en reiterados actos de genocidio (David van Reybrouck, “Revolución”)
Artículo de Pablo-Ignacio de Dalmases
“En los Países Bajos tuve que justificarme cientos de veces por qué yo, «que encima era belga» escribía sobre Indonesia” confiesa el investigador David van Reybrouck, autor de “Revolución. Indonesia y el nacimiento del mundo moderno” (Taurus), un completísimo estudio sobre la colonización belga del mayor estado insular del mundo, formado por 13.466 islas, 300 grupos étnicos que hablan 700 idiomas y que es el cuarto país más poblado del planeta y el que cuenta con mayor población musulmana.
A Reybrouck le llamó la atención el sesgo profundamente patriotero de la historiografía neerlandesa, obsesionada por su lucha del siglo XVI contra el imperio español, pero que elude analizar críticamente su larga colonización asiática, llena de episodios oscuros, por no decir vergonzosos. A lo largo de cuatro siglos, dicha presencia pasó por varias etapas: de 1600 a 1700 fue encomendada a la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, “empresa privada con extensas funciones públicas” que trató únicamente de obtener beneficios y fue responsable del primer genocidio, el del pueblo Banda; a partir de 1700 y cuando las especias empezaron a devaluarse, se cultivó café, azúcar, tabaco y cacao, lo que exigió ampliar el espacio acaparando tierras agrícolas de los nativos y estimulando la inmigración china; entre 1800 y 1816 las Indias Holandesas permanecieron, como consecuencia de las guerras napoleónicas, bajo autoridad francesa; luego Guillermo I las recuperó, trató de aplicar en ellas el mercantilismo de los Países Bajos, se enfrentó a la aristocracia javanesa en su guerra contra los extranjeros (1825-1830) y, cuando perdió Bélgica, decidió resarcirse explotando su colonia asiática con el “régimen de cultivos” que era de semiesclavitud; mientras que entre 1874 y 1914 se produjo finalmente la ampliación del territorio colonial, para lo que fue necesario mantener la guerra de Aceh que causó 100.000 muertos. A su término, “los Países Bajos tenían una colonia que era casi cincuenta veces más grande que la madre patria”.
El autor compara con la sociedad colonial con las tres clases de los barcos que prestaban los servicios interinsulares. La ley de 1925 estableció tres categorías humana: europeos (nacidos en Holanda o las Indias, otros occidentales, turcos y japoneses; orientales (asiáticos de fuera del archipiélago) y nativos (población autóctona) “distinción racial que afectaba a todos los aspecto de la sociedad”. “Los Países Bajos habían organizado la sociedad colonial como un paquebote con mínimas posibilidades de promoción”.
Curiosamente “mientras la brecha respecto a los holandeses se volvía insalvable, se reducía la distancia con los japoneses… el trato con ellos resultaba más cordial que con los holandeses”. Tuvo sus consecuencias cuando Japón entró en guerra con Estados Unidos. “Los Países Bajos subestimaron por completo la reacción de la población local” porque su política en las islas “funcionó; muchos indonesios adoptaron las nuevas normas” e incluso aceptaron hablar en japonés en el trabajo. Además, muchos dirigentes nacionalistas fueron bien tratados por los japoneses, como Sukarno.
“Finalizada la guerra mundial, los Países Bajos liberados creían a pie juntillas que las Indias neerlandesas pronto volverían a ser suyas” pero no tenían en cuenta que su ejército había desaparecido y que los japoneses habían dejado bien plantada la semilla y prometido la independencia a los indonesios. Se abrió la fase final de la vida colonial con cuatro etapas: el año británico (agosto 1945-noviembre 1946); el año neerlandés (hasta agosto 1947); el año estadounidense (hasta diciembre de 1948); y el año de la ONU (hasta diciembre de 1949) Un período mucho peor que durante la ocupación japonesa porque se desató una “demencial orgía de violencia”. El balance que dejó Holanda fue dramático: “si se suman todas las fases, la guerra completa costó la vida de entre 4.600 y 5.300 holandeses… (pero) según informes militares neerlandeses del lado indonesio murieron 97.000 personas, aunque pudieron ser muchas más”. La mayoría de ellas civiles.
Al final los Países Bajos tuvieron que capitular en agosto de 1949 y aceptar la independencia del país que, sin embargo, “tuvo que pagar su rescate” aceptando draconianas condiciones económicas en favor de su antigua metrópoli.
Reybrouck alude finalmente a la forma en que Sukarno fue consiguiendo liberarse de tal servidumbre y convertirse en adalid de los países no alineados con la conferencia de Bandung de 1955. “Sin Bandung -sentencia- no habría habido Suez, sin Suez no habría Europa. La unificación europea debía ofrecer una respuesta rotunda al antiimperialismo del sur…”. “La base de Europea -concluye- no fue el pensamiento poscolonial, sino el colonial tardío”.
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