“Qatar. La perla del Golfo”: dos profesores universitarios españoles analizan críticamente el Emirato

Qatar no es el mejor de los mundos -aunque casi lo es para el escaso 12 % de su población nacional-, pero tampoco el peor para los cientos de miles de trabajadores extranjeros, sobre todo de origen asiático

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Libros.Qatar.La perla del Golfo

 

Libros.Qatar.La perla del Golfo
Libros.Qatar.La perla del Golfo

Qatar no es el mejor de los mundos -aunque casi lo es para el escaso 12 % de su población nacional-, pero tampoco el peor para los cientos de miles de trabajadores extranjeros, sobre todo de origen asiático, sometidos hasta ayer mismo a una especie de semiesclavitud denominada “kafala”, pero cuya situación parece que ha mejorado algo, en opinión de la OIT, merced a la legislación dictada en estos últimos años por las autoridades emiratíes. Esta seria la conclusión del estudio realizado por Ignacio Álvarez-Osorio, catedrático de la Universidad Complutense e Ignacio Gutiérrez de Terán, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, coautores de “Qatar. La perla del Golfo” (Península), un libro que llega muy oportunamente cuando se celebra en Doha, la capital de esta península-estado, el Campeonato Mundial de Fútbol 2022.

 

Un campeonato sobre el que ha campeado la sospecha de corrupción en la decisión de la FIFA de celebrarlo en lugar tan poco propicio por sus condiciones meteorológicas, políticas y sociales, si bien después de analizar las circunstancias que los rodearon, los autores convienen en “resulta complicado sabe hasta qué punto los qataríes utilizaron tretas ilícitas para obtener su Mundial aunque todo parece indicar que echaron mano de las prácticas habituales en ocasiones precedentes para ganarse el favor de las delegaciones”. Lo que ha dado lugar a que la FIFA haya decidido cambiar en el futuro el procedimiento para la elección de las sedes de la copa mundial. “Evidentemente -dicen- Qatar también emplea el deporte para mejorar su imagen internacional y proyectarse como actor global” por lo que indican que el fútbol ha servido para introducir mejoras en el mercado aboral y las relaciones sociales, aunque constatan que queda mucho por hacer.

 

Los autores recuerdan que en menos de cien años ha entrado en la modernidad una sociedad tribal que no tuvo fronteras definidas durante muchos siglos, estuvo ligada a la piratería, la esclavitud y el comercio de perlas, y sobre la que el colonialismo británico pasó de puntillas más allá de ejercer sus intereses políticos, militares y comerciales. Por tanto, ser qatarí “sigue ligado a valores tradicionales fundamentalmente conservadores” lo que hace posible que no se aprecie “una demanda de apertura política por parte de la población” puesto que “existe un contrato social no escrito entre los ciudadanos qataríes y sus gobernantes”. Que están vinculados desde hace más de una centuria al imperio de la tribu Al Thani, por cierto, de asendereada peripecia puesto que entre sus familiares ha habido frecuentes intrigas y destituciones, por no decir golpes de Estado.

 

Todo ello además ha obligado a Qatar a singularizarse frente a vecinos ambiciosos, en particular Arabia Saudí, con la que hay contenciosos fronterizos -también con Bahréin- y a defenderse de la animosidad de los citados países y los Emiratos por las buenas relaciones que mantiene con Irán y el apoyo que dispensó a los Hermanos Musulmanes. Sin embargo, ha logrado equilibrar su política internacional reafirmando su entendimiento con Estados Unidos, sobre todo tras la llegada de Biden a la presidencia y, a la vez, estableciendo sólidas relaciones con China, India, Japón, Corea del Sur y Reino Unido. Y cabría añadir que con España para la que es el segundo país inversor del Golfo.

 

Por todo ello opinan que Qatar, al que califican de “Estado rentista” porque el 85 % de su PIB procede de la explotación de los hidrocarburos, “dista mucho de reunir las cualidades de un Estado democrático”. “A nuestro entender, al igual que el testo de petromonarquías, no deja de ser un Estado autoritario donde el Emir dispone de poderes prácticamente absolutos. La principal diferencia reside en que el contrato social entre el gobernante y sus súbditos está blindado por la riqueza energética y el Emirato está lejos de componer un estado policial y represivo como otros muchos de la región”. Lo dicho, quizá no sea el mejor de los mundos, aunque desde luego podría ser peor. Sobre todo, para la inmensa masa de trabajadores inmigrantes asiáticos, que constituye la inmensa mayoría de su población.

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