En la Alemania nazi “existía un conocimiento generalizado sobre el destino de los judíos” (Richard J. Evans)

“Gente de Hitler” describe el itinerario vital no solo de las principales figuras del III Reich, sino también de otras que resultaron representativas de aquella terrible locura genocida

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En la Alemania nazi “existía un conocimiento generalizado sobre el destino de los judíos que contó con la aprobación popular de los alemanes que no lo eran frente a los recelos de una minoría” dice Richard J. Evans en “Gente de Hitler. Los rostros de Tercer Reich”, un abanico de semblanzas biográficas de los principales personajes de aquella etapa histórica, pero también de otros secundarios que resultaron representativos de una sociedad comprometida expresa o tácitamente con el genocidio.

El autor inicia su trabajo haciendo una semblanza de Hitler para seguidamente agrupar a los individuos estudiados en varios grupos: los “paladines” (Göring, Goebbels, Röhm, Himmler, Ribbentrop, Rosenberg, Speer); los “apoderados” (Hess, Von Pappen, Ley, Streicher, Heydrich, Eichmann, Frank); y los “instrumentos” (Ritter von Leeb, Brandt, Zapp y Zill, Koch y Grese, Schltz-Klkink, Riefenstahl y Solmitz) aportando en cada caso no solo los datos propios de cualquier biografía y aquellos con los que trata de situar a cada uno en el ambiente en que desarrolló su personalidad y surgió su afección por el nacionalismo y el antisemitismo, sino además opiniones muy concretas en torno a la responsabilidad adquirida y su opinión sobre la valoración previa de otros historiadores.

No es posible decir que reivindica a ninguno de ellos, pero sí que los resitúa en ciertos casos. Así de Röhm, el jefe de las SA, asesinado luego por orden de Hitler, dice que “quizá no fuera un político astuto, ni habilidoso, pero distaba de buscar la revolución por la revolución… lejos de ser un apóstol del desorden y la violencia irracional era un defensor claro del orden y de la disciplina militar” y aunque reconoce que fue brutal con sus enemigos políticos, también añade que fue culto, sensible y generoso. Considera que Himmler “ha sido receptor de una exhibición de esnobismo social e intelectual por parte de los historiadores”, desmiente su imagen de pequeño burgués soso, asegura que no participó en la corrupción generalizada del régimen, por lo que su personalidad “no encaja con el vacío emocional que la leyenda histórica le ha adscrito”, lo que no le exime de su tremenda responsabilidad en el holocausto que consideraba “un crimen históricamente necesario” (¡). Y recuerda la tremenda paradoja de que su sobrina nieta acabara casándose con un israelí.

Acusa a Rosenberg de un “antisemitismo obsesivo y monotemático”, a Ribbentrop de exhibir “modales bruscos que ofendían a los diplomáticos de cualquiera de los bandos” y de ser “furiosamente antibritánico” y a Goebbels de “hombre sin escrúpulos, violento, asesino, ensimismado, consumido por rivalidades y celos mezquinos y, ante todo, entregado al antisemitismo más paranoico” pero por otra parte añade que no fue narcisista ni, a diferencia de otro gerifaltes nazis, “no vociferaba”.

Entre los “compañeros de viaje” del nazismo cita desde luego a Leni Riefenstahl que “no era nazi, ni fanática, pero sirvió voluntariamente a los que sí lo eran” o Von Pappen, que no puso reparos a las medidas antisemitas, ni a la persecución por los nazis de los enemigos políticos. Casos especiales fueron los del arquitecto Speer, quien, pese a su innegable responsabilidad, logró convencer a los jueces de Nuremberg que “solo había sido un tecnócrata que nunca tuvo noticias de Auschwitz” y que no usó trabajo esclavizado; o Franck, que habiéndose opuesto en sus inicios al asesinato de los internados en las prisiones, acabó siendo el “verdugo de Polonia”. O la desconocida Louise Solmitz, tan nazi que denunció a su hermano por discrepar con el régimen, pero se casó con un judío, por lo que hubo de enfrentarse a la discriminación que padecieron los matrimonios mixtos y a soportar la marginación de la hija de ambos, calificada con la infamante condición de  “mischling” (mestiza) 

En torno a todos estos personajes estuvo todo un país que, en opinión de Evans, no fue ajeno a lo que ocurría. “Prácticamente todos los alemanes tuvieron ocasión de observar con sus propios ojos la violencia asesina de los nazis o supieron de los fusilamientos o gaseos masivos de los judíos” y ”apenas ningún perpetrador se negó a participar en asesinatos masivos a pesar de que se ha demostrado que no se corría riesgo de incurrir en sanciones como la cárcel o la muerte”. Lo que equivale a colegir una responsabilidad colectiva, cuando menos tácita, que invita a pensar que “Gente de Hitler” lo fueron muchos, por no decir casi todos (con honrosas, pero raras, excepciones).

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