Alberto Maestre publica la primera guía turística de Timor Oriental
Describe uno de los más jóvenes estados del mundo que accedió a la independencia en 2002 y conserva una fuerte herencia portuguesa
Todavía quedan en este mundo cada vez más globalizado algunos rincones capaces de sorprender al visitante, como es el caso de Timor Oriental, una joven república -accedió a la independencia en 2002- que conserva fuerte herencia portuguesa, país del que fue colonia primero y provincia de ultramar después hasta la revolución de los claveles.
Tal como explica Alberto Maestre en su libro “Timor Oriental. Pequeñas recomendaciones al viajero intrépido”, su paisaje es paradisíaco y la hospitalidad y simpatía de sus gentes esconde, sin embargo, una historia dramática en la que los timorenses tuvieron que soportar en pleno siglo XX, además de sucesivas invasiones, dos terribles masacres: la cometida por los japoneses en 1942 en ocasión de la segunda guerra mundial y la provocada por los indonesios que tras la salida de los portugueses invadieron Timor durante casi tres décadas -la masacre de Santa Cruz en 1991-, ambas con pérdida de gran parte de su población.
Afortunadamente todo esto ha quedado en las páginas de la historia y en la actualidad Timor Oriental es un país tranquilo que ofrece lo que la mayoría de los destinos turísticos han perdido: la autenticidad de unas formas de vida tradicionales unida a la comodidad de unas infraestructuras si no excesivas, sí desde luego suficientes. Esto es algo que percibe el viajero desde su llegada al aeropuerto de Dili, la capital, que es la habitual puerta de entrada en el país y cuya “primera impresión al descender del avión es la de haber llegado a una pequeña estación de autobuses de algún pueblo”; y la segunda, la presencia en la propia terminal… de una imagen de la Inmaculada Concepción, expresión de la profunda religiosidad de la población local. Del mismo modo que el viajero descubrirá cuando llegue a la ciudad un gigantesco Cristo Redentor en la península de Fatucama y ya en sus calles, la catedral de la Inmaculada Concepción.
El aspecto de Dili es tranquilo y no es raro encontrar gallos y gallinas por las calles que deambulan entre los paseantes que pueden utilizar diversos medios de transporte, entre otros los simpáticos microlets o pequeños autobuses urbanos.
El país dispone de playa inmensas y prácticamente deshabitadas -el autor nos explicó cómo pudo bañarse en plena soledad en una de ellas-, poblaciones como Maubisse o Balibó, la isla de Atauro -a la que se llega en ferry -en el que los pasajeros comparte el espacio con cerdos y cabras-, o el enclave de Oecusse inserto en la parte occidental indonesia de la isla -primer punto al que llegaron los portugueses en el siglo XVI-, así como espacios naturales, tales la zona de ”las tres aguas” de Tasi Tolu Lake, el parque nacional Nino Konis Santana o las montaña de Ramelau en la que se esconde la población de Esmera donde se produce un excelente café.
¡Ah! y dos curiosidades, no dispone de moneda local, por lo que basta ir con dólares y se conduce por la izquierda.
Esta pequeña guía constituye toda una tentación para el viajero intrépido o curioso que eso sí, deberá hacer para llegar a Timor Oriental un viaje periplo aéreo con escalas en Australia o Singapur.
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