“El desván de las musas dormidas”, una obra representativa de la “literatura de la tierra y los sentimientos"
Fulgencio Argüelles ensambla memoria personal y ficción en un texto que es un homenaje a su tierra asturiana
Hay descubrimientos personales que dejan huella, como el que protagonizó un niño llamado Fulgencio Argüelles cuando tenía nueve años. “Vivía en una casa rural de Asturias -me explica, ahora ya adulto y escritor de fuste- rodeado de prados y vacas. En cierta ocasión mi madre me mandó al desván a buscar un tamiz y aproveché para curiosear entre todas las cosas inútiles que allí se habían ido acumulando. Ante mi sorpresa descubrí la existencia de un rollo que, debidamente desplegado, me reveló treinta y dos diplomas de mi padre con las matrículas de honor que había obtenido en toda suerte de asignaturas. Resulta que estuvo estudiando durante once años en el seminario con una promoción en la que se ordenaron cincuenta de sus compañeros. Pero tuvo que abandonar a causa de ciertos dolores de cabeza que le producían reacciones dolorosas y los facultativos le aconsejaron que evitase el quehacer intelectual. Y entonces se fue a trabajar a la mina”. Según Argüelles su padre “fue un hombre equivocado, con una gran cultura e intensa vida social, pero a la vez un hombre triste que tuvo que vivir una vida que no era aquella con la que había soñado”.
Estos recuerdos han servido de base para que nuestro interlocutor los ensamble con la imaginación y de esta manera surge “El desván de las musas dormidas” (Acantilado) que no es una biografía de su progenitor, aunque contiene muchos datos que “se deforman para transformarse en una novela que reúne memoria e imaginación y que ha requerido un proceso largo y demorado hasta que decidí poner manos a la obra tratando de que la ficción no me hiciera perder el pulso”. Y añade: “quise recrear la mirada ingenua del niño y la atmósfera de un tiempo pasado, la década de los años sesenta y principios de los setenta, cuando aún era perceptible que había cosas de las que no se podía hablar y cuando el agente que llevaba las noticias y las novedades a los pueblos era el viajante de comercio mientras se creaban colonias fabriles -en el caso del principado ligadas a la minería- que sirvieron para arrancar a la población rural de su entorno rural natural. Este mundo tenía un contexto muy peculiar en mi tierra porque Asturias recibió una importante inmigración procedente del sur peninsular mientras paralelamente muchos asturianos emigraban a Europa. Recuerdo que mi padre decía a este respecto que «todos están huyendo»”.
Argüelles recuperó libretas, dudas, sueños y, sobre todo palabras, porque es muy consciente de la responsabilidad del escritor de utilizar la inmensa riqueza léxica de nuestro idioma. “Parecerá mentira, pero vivimos tiempos de grave empobrecimiento lingüístico. Si hace veinte o treinta años el español medio manejaba unos 1.500 vocablos, ahora no pasa de 900. De ahí la responsabilidad que nos corresponde a los autores de tratar de salvaguardar esta variedad en nuestra obra. Y para ello -más difícil todavía- su próximo proyecto, que tendrá como personaje central a Alfonso II el Casto, monarca a caballo entre los siglos VIII y IX, le obligará a manejar algunos términos de aquella época en la que estaban naciendo las lenguas romances. Entre ellas, el castellano, pero también el asturiano, que reivindica en su singularidad, considera inadecuadamente adjetivado como “bable” y fue su forma natural de expresión durante la infancia.
De momento, Fulgencio Argüelles nos invita a disfrutar de “El desván de las miradas dormidas”, que define como una “novela emotiva, propia de la literatura de la tierra y de los sentimientos, que se basa en las raíces y que no elude la incitación al llanto”. Porque “el placer de llorar produce más satisfacción que la alegría y la carcajada”.
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