“Al son de la utopía”: la persecución estalinista de compositores e intérpretes en la URSS

Compositores de la talla Shostakowitz y Prokófiev e intérpretes como Rostropovich sintieron en la nuca el aliento criminal del dictador georgiano

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Libros.Al son de la utopía

 

El régimen de terror que impuso Stalin en la antigua Unión Soviética no tiene paragón en la historia de las dictaduras. Durante su largo período como hombre clave en la política del desaparecido país todas las formas de expresión no solo estuvieron sujetas a estricta vigilancia, sino también subordinadas a cumplir su función como herramienta política al servicio del régimen comunista. La música no fue una excepción y si bien el número de víctimas fue menor que el habido en otros sectores, como por ejemplo en la literatura, no por ello salió inmune de la locura persecutoria del dictador georgiano como explica Michel Krielaars en “Al son de la utopía. Los músicos en el tiempo de Stalin” (Galaxia Gutenberg) El autor afirma rotundo que “la vida musical en aquel país desaparecido era de un nivel sin precedentes”, lo que se traducía en su amor insaciable de lun público numeroso, enfervorizado y entendido, en cuyo seno habría que contar con el propio Stalin, aunque el dirigente prefería la música ligera por encima de cualquier otra.

Del estudio pormenorizado de las principales figuras se deducen varias pautas sobre lo ocurrido entre 1932 y la muerte del dictador, cuyo delirio persecutorio causó en total unos quince millones de víctimas. Por lo que respecta al ámbito concreto de lo musical, y desde el punto de vista profesional, Krielaars subraya que “la música iba dirigida, en primer lugar a los trabajadores de las fábricas y a los campesinos del campo, que ayudaban a construir la sociedad socialista. Las composiciones se consideraban incentivos laborales susceptibles de aumentar la producción”. Hubo una clara predilección por músicas fácilmente tarareables, pero en todo caso, los compositores debían respetar escrupulosamente las “orientaciones” que emanaban del Comité Central del Partido Comunista que en 1949 condenó severamente el “formalismo”. A ello hay que sumar otros condicionamientos restrictivos de carácter personal: orígenes burgueses, la condición de judío, los lazos familiares o de amistad con emigrados o personas extranjeras y en fin, la homosexualidad, dato este curioso si tenemos en cuenta las muchas celebridades masculinas lo fueron (incluido el jefe del NKVD, el sanguinario Nikolai Yehzov) Cualquier desviación de la línea macada por el Partido podía suponía, como mal menor, el ostracismo y a partir de ahí, la deportación, el encarcelamiento en algún gulag de Siberia o la muerte física, además de la social (con el consiguiente borrado de cualquier referencia en la enciclopedia soviética) El resultado fue “la canonización de lo burgués y lo corriente en la música soviética, (porque) se podía interpretar o representar cualquier obra musical con tal de que fuese fácil de tararear y que sonase como debía sonar, lo que supuso la sentencia de muerte contra toda creatividad musical”.


 

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