Martínez Hoyos desmitifica la masonería española (”¿Secta maléfica o trinchera de la razón?”)

Ni la masonería fue determinante en la emancipación de la América española, ni la postura de los masones fue unívoca durante la guerra civil

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Libros.Secta maléfica o trinchera de la razón

 

El secretismo ha tejido un halo de misterio en torno a las sociedades secretas y muy en particular en el caso de la masonería. Defendida por unos y maldecida por otros, lo cierto es que fue surgiendo una leyenda que distorsiona claramente la verdad histórica. Francisco Martínez Hoyos se propuso, a propuesta del profesor García Cárcel, aclarar conceptos, posturas, actitudes, conductas e incluso adscripciones personales consideradas indiscutibles, cuando son falsas, en “¿Secta maléfica o trinchera de la razón? Una historia de la masonería en España” (Cátedra) Es un ensayo en el que pone los puntos sobre la íes y reconoce, desde luego, que “todo esto no significa que puedan existir masones, allí donde se encuentren, que intenten acrecentar la influencia de su organización; hay una masonería apolítica y otra que es todo lo contrario, con diferentes tendencias en cuanto a su moderación o radicalismo”.

Explica que, si bien llegó a España a principios del siglo XVIII por obra de algunos adeptos ingleses, no empezó a tener implantación sino a raíz de la guerra de la Independencia gracias el apoyo que dio Napoleón a las logias. Considera, sin embargo, que no fue responsable de la emancipación americana, puesto que si bien “es cierto que algunos independentistas fueron masones, de ninguna manera se puede decir que todos lo fueran”. Y si está acreditado documentalmente que Bolívar se inició en ella, el autor considera que mantuvo una postura pasiva y que en determinado momento de su actividad política llegó incluso a perseguir a las sociedades secretas, mientras que ni Miranda, ni Riego pertenecieron a la orden. “Solo contamos con una tradición que, a fuerza de repetirse, se ha confundido con la verdad”.   

También se le ha achacado una influencia decisiva durante la segunda república. Martínez Hoyos, que reconoce la presencia de numerosos masones tanto en el gobierno provisional (Lerroux, Albornoz, Martínez Barrios, Domingo, Casares, de los Ríos), como en el primer congreso del nuevo régimen (en el que hubo entre 120 y 183 masones), recuerda que hubo entre ellos una fuerte disparidad ideológica, por lo que no se le puede achacar una acción de carácter unificado. 

Por otra parte, “estaba claro que la masonería, en relación con la guerra de España, distaba de tener una posición unánime y sin fisuras” porque “los miembros de las logias no fueron siempre tan inequívocos a la hora de apoyar a la República” y hubo personajes en dicho campo claramente opuestos a ella como la Pasionaria “resueltamente antimasónica, una postura típicamente estalinista”. Claro que para el franquismo fue el oxímoron de todos los males, principalmente todo por la obsesión del generalísimo, para quien ”los masones estaban detrás de las grandes desgracias que habían afligido al país en los últimos doscientos años”, lo que la convirtió en “el enemigo interior por excelencia”.

Martínez Hoyos reconoce así mismo que la “sociabilidad masónica acostumbra a limitarse a hombres blancos y occidentales” y que la secta tuvo también su responsabilidad tanto en el rechazo de la Iglesia (por su postura militantemente anti dogmática), como en la exaltación de su propia influencia, aunque paralelamente devalúa su influencia real y desde luego desmiente la tesis del secreto propósito de dominación.

Considera que su legalización como consecuencia de la transición no ha estado exenta de contradicciones, escisiones y problemas internos y que la sociedad española contemporánea la contempla con una actitud de marcada indiferencia.

Resulta interesante la referencia al eco que ha tenido en la literatura española (Pérez Galdós, padre Coloma, Baroja, Blasco Ibáñez, Foxá, Borrás, Gironella, Villalonga, Vázquez Montalbán) y en el ámbito concreto de Cataluña, con enemigos acérrimos (Torras y Bages, Sardá y Salvany) y miembros destacados (Arús, Lorenzo, Ferrer Guardia, Companys) mientras que fue inculpado de pertenecer a ella el cardenal Vidal y Barraquer Y pone en tela de juicio la adscripción de algunos famosos recientes, tales Mario Conde, Rodríguez Zapatero e incluso el periodista José Tarín. Hay un último capítulo sobre la masonería femenina a la que pudo pertenecer -no está rigurosamente comprobado- Clara Campoamor. 


 

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