Mateos e Iglesias biografían a “Paquito”, marido de Isabel II (“Francisco de Asís de Borbón, el rey consorte”)
La biografía va mucho más allá del personaje puesto que es una descripción pormenorizada de la peripecia vital del marido y primo de la “reina de los tristes destinos” pero, a la vez, un retablo de la sociedad española y europea a lo largo del siglo XIX
Se llamaba Francisco de Asís de Borbón, pero todo el mundo le conocía como “Paquito” (los más malévolos, como “Paquita”). Fue el único monarca consorte español, puesto que la titularidad de la corona le correspondió a su mujer, la reina Isabel II, de la que era, además de marido, primo. Un personaje cuyos perfiles han quedado hasta el momento seriamente condicionados por leyendas, chismes y manipulaciones que han dado lugar a una visión claramente segada. “Difícil separar verdad de maledicencia porque, cómo sería siempre la tónica general en aquel reinado, las habladurías y las maledicencias eclipsaban con harta frecuencia los hechos reales” tal cual indican Ricardo Mateos y Jonatán Iglesias, autores de “Francisco de Asís de Borbón, el rey consorte” (Almuzara) un texto que va mucho más allá del personaje puesto que constituye un verdadero retablo de la vida española y de la alta sociedad europea durante el siglo XIX.
Todos los autores coinciden en subrayar que poseyó una sexualidad heterodoxa puesto que era homosexual y/o impotente, peculiaridades que condicionaron su vida matrimonial, a la par que su papel en la historia. “No contamos con testimonios… -dicen muy elegantemente los autores- que nos permitan dar por cierta una homosexualidad sin duda más que probable que a aquellas alturas ya le habría llevado a mantener alguna relación carnal con alguno de los hombres de su entorno”. Por consiguiente, en una época en la que los matrimonios reales estaban condicionados por numerosos factores de orden político, la boda de los dos primos no fue fruto del amor, sino de los intereses políticos, puesto que resolvió el problema de encontrar un candidato para Doña Isabel que no fuese
incómodo a ninguna de las grandes potencias europeas del momento. Si Francia se oponía a la candidatura de Leopoldo de Sajonia-Coburgo, Gran Bretaña rechazaba paralelamente cualquier miembro de la familia Orleans, por lo que Francisco de Asís representó una solución de compromiso, si bien a la postre no exenta de problemas habida cuenta que, incapaz de satisfacer el veleidoso e insaciable apetito sexual de la hija de Fernando VII, supuso que se dudara de la paternidad de su descendencia y se atribuyese concretamente la de su heredero, Alfonso -que reinaría con el ordinal XII- al oficial de Ingenieros Enrique Puigmoltó, conde de Torrefiel.
Los autores describen el asendereado reinado de Isabel, que fue entronizada a los quince años cuando no era sino una adolescente inculta, voluble, caprichosa y manirrota, se vio sometida a graves contradicciones políticas -se le negaba por lo partidarios de su tío Carlos la legitimidad para ocupar el trono-, permaneció atrapada por una corte y unos políticos que la utilizaron a su antojo y sometida a los caprichos e intereses de su madre, la exreina gobernadora María Cristina
(amancebada primerio a los pocos meses de su viudez y casada luego con Fernando Muñoz) y, en fin, que fue casada contra su voluntad con quien se sospecha que difícilmente pudo cumplir con el obligado “débito matrimonial”. Todo ello le hizo buscar consuelo en numerosos favoritos o “pollos reales”. Pero a la vez se reveló generosa, sumamente religiosa, puede incluso decirse que supersticiosa -a pesar de su pecadora vida sentimental-, mientras que Francisco de Asís, también condicionado por los intereses políticos -Mateos e Iglesias recuerdan que se le consideró afín a los intereses carlistas- merece una valoración ponderadamente positiva a estos autores, puesto que lo retratan como mucho más discreto que su mujer, interesado por la cultura, coleccionista, mecenas de artistas y preocupado por los menesterosos y los menos favorecidos. Ambos se tuvieron que desenvolver en un laberinto de pasiones e intereses en torno a personajes tan singulares como sor Patrocinio, la “monja de las llagas” o el padre Claret, arzobispo de Santiago de Cuba, confesor de Isabel II e influyente miembro de una corte de los milagros que los autores describen con colorismo y detalle.
Y aunque no ahondan en detalles morbosos, no eluden referencias a su comprometida identidad, de modo que citan la mayoría de los lances
sentimentales de ambos cónyuges que todo invita a pensar que mantuvieron una intensa vida amorosa. Iniciada, en el caso de la reina, con su desfloramiento a cargo de Serrano, el “general bonito”, y la del rey por un mozo de picadero llamado Jean Lambert.
Como la historia es muchas veces injusta, “Francisco -dicen los autores- ha quedado atrapado en la imagen del blando e intrigante, el avaro y el bujarrón. Ella es la de «los tristes destinos» o «la alumna de la libertad»; él, únicamente Paquita”. Lo cierto es que Francisco de Asís confesó en su vejez: “Solo soy capaz de afirmar una cosa: nunca quise ser rey y me obligaron”.
Escribe tu comentario