Philippe Collin hace un repaso a la Francia de la colaboración en “El barman del Ritz”

Una novela basada en personajes reales que reconstruye como fue la vida en el París ocupado por los nazis cuando las élites francesas se codeaban con los militares alemanes

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Libros.El barman del Ritz

 

Una de las manipulaciones historiográficas más eficaces ha sido la que consiguió sanear el papel de Francia durante la segunda guerra mundial y hacer del país que, después de haber sido derrotado por Alemania y aceptar pasivamente la sumisión al “nuevo orden” promovido por los nazis, se transformó milagrosamente en una de las víctimas de la agresión y, a la postre, en una de las potencias vencedoras de la contienda. No cabe duda que ello fue obra de la pertinaz resistencia promovida desde Londres por el general De Gaulle, pero también de un conjunto de hechos paralelos si bien exógenos. El primero de ellos, la invasión nazi de la Unión Soviética, que resolvió la estupefacción vivida por los comunistas como consecuencia del pacto de no agresión germano-soviético de 1939 y transformó su forzosa inoperancia en oposición abierta a Alemania, así como, a continuación, la derrota de Stalingrado, que desmoronó la visión de una Alemania invencible. 

Lo cierto es que la colaboración con la Alemania nazi de Francia contó con la anuencia, activa o pasiva, de buena parte de su intelectualidad. Philippe Collin la reconstruye en “El barman del Ritz” (Galaxia Gutenberg) centrándola en lo que habría ocurrido en uno de los puntos más emblemáticos de la vida francesa: el bar del citado hotel que, a partir de junio de 1940 fue ocupado por destacados oficiales de la Wehrmacht y destacadas figuras alemanas, entre ellas el mariscal Goering en sus reiteradas visitas a la capital francesa en busca de obras de arte para su refugio rural de Carinhall, todos los cuales compartieron espacio y mesas en el bar del Ritz con figuras como tales Sacha Guitry, Serge Lifar, Gabrielle Chanel, Jean Cocteau, Benoist-Méchin, la actriz Arletty, amén de políticos del régimen de  Vichy, colaboradores de la Gestapo como Henri Lafont y oportunistas franceses cual Charles Bedaux o Joseph Joanovici.

Frank Meier, el barman, fue un ejemplo de tan flagrantes contradicciones, De etnia judía y origen austríaco, nacionalizado francés y con nueva identidad, combatió como tal en la guerra europea para convertirse luego, tras una estancia en Estados Unidos, en un respetado experto en coctelería y titular de dicho empleo en el legendario Ritz parisino, donde asumió con naturalidad el cambio de su clientela y pasó a servir a gentes de la ocupación, algunas de ellas caracterizadas luego por su implicación en el atentado contra Hitler de 1944 -caso del general Von Stülpnagel-, mientras que simultaneaba un lucrativo negocio de venta de documentación falsificada que le permitió ganar mucho dinero, pero también salvar vidas. Una carga que tuvo que pagar tras la liberación cuando, aun habiendo vivido bajo el permanentemente con el temor de que se descubriera su origen judío, se le consideró beneficiado por la colaboración.

En “El barman del Ritz” hay también una historia romántica como el imposible amor entre Meier y Blanche Auzello, desafortunada esposa de uno de los directivos de Ritz, a la que pretende salvar de sus destructoras dependencias. Y, a la vez, el relato de un drama familiar motivado a causa del alejamiento de su propia mujer y de la escasa afinidad con su hijo.

Y, en fin, en el texto de Collin se evidencia también un indisimulado amor por el oficio de la coctelería considerado con un verdadero arte y, sobre todo, como una excelente herramienta para favorecer la sociabilidad humana.

 


 

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