“Retablo ibérico”: Manuel Vicent disecciona la sociedad española de la transición a través de sus personajes

El escritor y periodista valenciano describió en tres volúmenes, con ironía no exenta de acidez, la sociedad española de la transición, poniendo el acento tanto en algunos de sus personajes más caracterizados (el cura Aguirre convertido en duque de Alba, Adolfo Suárez y Carmen Díez de Rivera, el príncipe Felipe y una periodista llamada Leticia Ortiz entre otros) como también quienes fueron, por una u otra razón, noticia. Alfaguara los ha reeditado conjuntamente

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Libros.Retablo ibérico

 

A lo largo de quince años el periodista y escritor valenciano Manuel Vicent publicó tres obras (“Aguirre, el magnífico”, “El azar de la mujer rubia” y “Desfile de ciervos”) que Alfaguara ha reeditado conjuntamente en un mismo volumen con el título de “Retablo ibérico”. Tres ¿novelas? (así las denomina la editorial) que constituyen un excelente reflejo de la historia del último medio siglo de vida española a través de sus personajes; no solo lo más caracterizados y principales, sino también muchos otros del montón, pero que por una u otra razón tuvieron su momento de relevancia pública y que el autor describe con lenguaje florido, bien documentado, imaginativo -con el fin de aderezar la realidad histórica-, satírico, ácido e incluso en no pocos momentos viperino. 

Este último adjetivo es particularmente aplicable a su descripción del “magnífico Aguirre”, que no es otro que el famoso cura secularizado con el que casó en segundas nupcias la duquesa de Alba provocando un escándalo que dio mucho que hablar. Vicent lo disecciona recordando sus oscuros orígenes -hijo natural no reconocido de un padre militar-, ordenado luego sacerdote, culto (“sabía que debía afirmar su personalidad mediante la inteligencia para ocultar la oscuridad de un origen incierto”), con mucha labia, académico de la Lengua sin haber escrito libros, sino solo prólogos, al que el azar convirtió en noble advenido (“apenas llevaba media hora de duque de Alba consorte y ya departía como un antepasado grande de España”), sin que dicha condición le reportase disponibilidades económicas (su mujer solo le daba 2.000 pesetas para tabaco), ni le apartase de la tentación por los gañanes (uno de ellos, jardinero en Liria, causa de un indeseado incidente) En todo caso, un hombre “redicho, pedantuelo, muy leído y sobrado” que murió en la más absoluta soledad. Y lo dice quien Aguirre deseó -y así lo presentó a Don Juan Carlos- que hubiera sido su biógrafo.

El ensamblaje literario de Suárez y Díaz de Rivera, “la mujer rubia”, resulta, en su caso, sugerente puesto que para Vicent “no fue Fernández Miranda, sino Carmen Díez de Rivera la que desplegó todas sus artimañas… para que los miembros del Consejo del Reino incluyeran a Suárez en la terna de candidatos a presidente del gobierno”. Con buena fortuna como es bien sabido. A partir de ahí se urde una relación teñida de interrogantes entre ambos personajes: uno, de ellos “político en estado puro, capaz de presidir con la misma soltura una monarquía, una república o un soviet supremo, llegado el caso con gorro frigio” y el otro, una mujer que confiesa -según el autor- “todos quieren llevarme a la cama”, que se asoció finalmente con Tierno Galván porque vio en él al único hombre que buscaba: un padre. Con una muy imaginativa conversación entre Carmen y su escurridizo padre real. 

Finalmente el tercer volumen es el más poliédrico puesto que los personajes del período más reciente se suceden en catarata, utilizando con cordón umbilical la encomienda de un retrato de la familia real, con el añadido de la historia del periodista famoso que trata de recuperar el tiempo -y los amores- perdidos a raíz del descubrimiento de una enfermedad fatal. No falta la obligada referencia al príncipe y a su inesperado matrimonio. Porque los príncipes “vienen al mundo para fabricar más príncipes, además de bastardos”, dice sin cortarse la lengua. Todo ello en “un tiempo en el que ”el lugar nefasto de los militares y de los curas lo habían ocupado los políticos”.

Vicent despliega una insólita perspicacia en la caracterización de la mayoría de los personajes que cita, entre los cuales no puede faltar Franco del que dice que “tenía todas las virtudes menores del ser humano muy desarrolladas: habilidad, constancia, picardía, desconfianza y un instinto de reptil para cambiar de piel y adaptarse al medio. En cambio carecía de los dones mayores que la naturaleza concede a los grandes y magnánimos estadistas”. 

 

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