Luis Quintanilla desmitifica el asedio del Alcázar de Toledo al inicio de la guerra civil

El autor, que participó activamente con las autoridades republicanas en dicho asedio, desmiente la legendaria conversación telefónica de Moscardó con su hijo Luis y mantiene que las mujeres y niños que permanecieron encerrados lo fueron en calidad de rehenes

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Los rehenes del Alcázar de Toledo

 

El asedio del Alcázar de Toledo, donde permanecieron recluidos entre julio y septiembre de 1936 unos 1.150 militares y civiles insurrectos contra la República en compañía de medio millar de mujeres y niños, ha dado lugar a que aquel episodio, cuyo valor militar en el contexto de la guerra civil fue minúsculo, adquiriese en cambio una importancia fundamental desde el punto de vista propagandístico. Buena prueba de ello fue el reflejo literario, e incluso cinematográfico, a que dio lugar. Entre los textos escritos por los propios protagonistas de aquel hecho destaca el de Luis Quintanilla, hombre de diversos oficios -el principal, artista plástico- y militante socialista -fue amigo de Prieto y Largo Caballero- al que el inicio de la guerra civil encontró en Madrid donde intervino en el asalto al cuartel de la Montaña, del que, una vez tomado por los milicianos, que designado responsable del mismo para ser seguidamente fue enviado por Ministerio de la Guerra a Toledo con el fin de dar apoyo a las operaciones de asedio¡ al alcázar insurrecto. 

Quintanilla publicó hace más de medio siglo su testimonio en un libro titulado “Los rehenes del alcázar de Toledo” editado en Francia por Ruedo Ibérico que el Renacimiento recupera oportunamente. Frente a una historiografía que ha elevado aquel episodio a la categoría de heroica epopeya, este autor pone los puntos sobre las íes sobre determinados aspectos que entiende que no han sido adecuadamente valorados y que contribuyen en su opinión a desmitificarlo. Fundamentalmente en dos cuestiones. La primera, que el medio millar mujeres y niños que permanecieron recluidos no fueron familia de los militares y civiles insurrectos, sino en realidad rehenes; y la segunda, que la famosa conversación telefónica entre el general Moscardó y su hijo Luis en el que este le comunicó que los adversarios le fusilarían si su padre no rendía el Alcázar, nunca tuvo lugar. Sobre este último punto, y además de poner en evidencia las numerosas contradicciones de fechas manejadas por los autores que han tratado del tema, subraya un hecho incontestable y es que la comunicación telefónica con el Alcázar quedó interrumpida desde el 22 de julio. En todo caso, “Moscardó confirmó por escrito que se enteró de la muerte de su hijo Luis al salir del asedio”.

Quintanilla reconoce que “en el asalto del alcázar nuestra trascendental baja fue haber demostrado una vez más la falta de preparación y disciplina militar de los voluntarios milicianos… (a los que) en general les sobraba valor. Pero lo empleaban la mayoría de las veces tontamente”. Por otra parte, “dado el emplazamiento del alcázar sobre un promontorio y su solidez, ni la mejor infantería del mundo conseguiría asaltarlo a pecho descubierto. El problema de terminar su resistencia era la artillería de gran calibre”. En consecuencia, “desde el momento de protegerse los rebeldes en el Alcázar y el Gobierno Militar el ataque contra ellos fue mal concebido y peor dirigido. El cerco fue incompleto hasta ochos días antes de su liberación por la columna africana, lo que les permitió ocultamente salir de su recinto para aprovisionarse de los comestibles que carecían”.


 

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